miércoles, 15 de abril de 2009

"Bitacora" por William Ospina

A comienzos del año 2006, mientras visitábamos una librería de Chapinero, Omar Porras, a quien había conocido recientemente, me habló por primera vez de su interés por la figura y la obra de Simón Bolívar, y de su deseo de conocer algunos libros sobre el Libertador.
En aquella librería nos recomendaron varias biografías, pero noté que Omar examinaba con especial interés una cartilla antigua que había intentado contar, para escolares de otro tiempo, la vida de Bolívar. Desde el comienzo he advertido que la mirada de este director sobre los temas procura esquivar lo convencional, tal vez porque no está tratando sólo de nutrir su pensamiento sino de estimular su sensibilidad y su imaginación con imágenes poderosas y metáforas nuevas.

El teatro de Omar Porras y de la compañía Malandro, su espacio de creación en Suiza, es una notable síntesis de lenguajes en la que convergen, no sólo el magisterio de grandes creadores de Oriente y de Occidente, sino tradiciones populares latinoamericanas y europeas para producir obras de una sorprendente vitalidad. Máscaras, coloridas escenografías, brillantes efectos escénicos, ensambles musicales, y una exigente concepción de la actuación como un lenguaje de todo el cuerpo, en el cual las palabras son sólo un ingrediente, le dan vida a un mundo poderoso y esencial, donde la fantasía revela profundamente los dramas de la realidad y donde el juego y la fiesta hacen aflorar espacios profundos de la conciencia.
Mucho me habían hablado de su fantástica versión del Quijote, que no pude ver cuando su Compañía la trajo al Festival Iberoamericano de Teatro de 2004, pero sí vi en cambio el Don Juan con el que participó en la versión de 2006, y fue entonces cuando conocí al director. Estaba trabajando por entonces en el proyecto de un libro de imágenes y textos sobre el teatro Malandro, que publicó Villegas Editores, y que es una muestra exquisita de la estética que ha manejado la Compañía a lo largo de tantos montajes, y un catálogo visual de los espectáculos que ha llevado en sus giras por Europa y América. Tuve entonces la oportunidad de escribir un texto con algunas reflexiones sobre ese importante viaje de ida y vuelta que ha significado la labor de Omar Porras interpretando desde su mirada americana la vasta tradición teatral europea y llevando de nuevo a Europa todos aquellos lenguajes transformados, y enriquecidos por el alambique de los mestizajes.
En algunos encuentros posteriores Omar me declaró su deseo de que algún día pudiéramos hacer algún trabajo juntos, y repetidas veces hablamos de su inquietud por Bolívar, que me parecía más bien la prueba de un interés creciente de Omar por la realidad latinoamericana de la que había estado ausente muchos años.

A finales del 2006 estuve en Francia. Omar Porras acababa de convertirse en el primer director de teatro Latinoamericano en ser invitado a dirigir un montaje en La Comedie Francaise, y me hizo el honor de invitarme a asistir no sólo a una jornada de trabajo con sus actores sino a un ensayo en la propia sala de la Comedie donde se estrenaría la obra. Fue para mí toda una experiencia visitar los talleres donde se elaboraban las máscaras, los roperos que guardan los vestuarios lustrales del teatro francés, y detrás de escena la maquinaria impresionante, precisa como un mecanismo de relojería, de las escenografías correspondientes a las distintas obras que se exhiben en una misma temporada en aquel teatro, telones, columnas y edificios que avanzan, se hunden o se desplazan, movidos por un ejército de operarios, lejos de la vista de los espectadores. Omar estaba compartiendo conmigo los arcanos del teatro en uno de sus templos más prestigiosos, y algo todavía más importante que ver el sistema circulatorio de aquel cuerpo fantástico fue asistir a los ejercicios de entrenamiento en los que el director colombiano convertía a los grandes actores del teatro francés, espléndidos declamadores de alejandrinos de Racine y de Moliere, en signos actuantes, gesticulantes y capaces de más ricos lenguajes corporales.

Fue a comienzos del 2008 cuando la dirección de Artes del Ministerio de Cultura de Colombia invitó a Omar Porras a desarrollar un proyecto teatral para la reinauguración del Teatro Colón de Bogotá con motivo del Bicentenario de la Independencia en el 2010, y Omar encontró de pronto la oportunidad de convertir su viejo interés por Bolívar en la semilla de un proyecto creador. Recuerdo que me buscó enseguida y me dijo que había llegado la ocasión de trabajar juntos. No era necesario advertirle de mi total inexperiencia con el mundo teatral pero él se apresuró a decirme que lo que quería de mí era básicamente un ejercicio literario, un texto o serie de textos sobre Bolívar y la época de la Independencia, que alimentaran el proceso de creación.

Se trataba ante todo de proveer ideas, información y temas a un proceso que a partir de cierto momento contará, como todos los suyos, con la participación de un dramaturgo especializado que dará forma final a la trama que vaya saliendo de la libre interpretación de los textos y los temas por los actores, en un proceso cuya orientación es el trabajo mismo, la capacidad expresiva de los actores y la dinámica de creación compartida. Acepté gustoso, no sólo por la posibilidad de aprender de un proceso creador harto estimulante, sino por la oportunidad de familiarizarme con un personaje como Bolívar, del que tenía apenas la información básica que proveen la escuela y algunos libros convencionales.

Lo primero que sorprende de Bolívar, ese hombre de mármol y de bronce que está en todas las plazas, y que le da su nombre a tantas calles y a tantas industrias, es que el común de las gentes sabe muy poco de él. Para los latinoamericanos de hoy se diría que Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una figura que un destino. Por eso cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Es fácil encontrar las que escribieron Waldo Frank y Emil Ludwig, Salvador de Madariaga e Indalecio Liévano Aguirre, pero ninguna tiene hoy más prestigio que la del alemán Gerhard Masur, prófugo de los nazis, quien vivió en Colombia en los años cuarenta, y elaboró en esta biografía uno de los libros esenciales de la América Latina. Existen además numerosas recreaciones testimoniales y literarias, desde las semblanzas que hicieron de él sus contemporáneos como Perú de Lacroix, y libros apasionados como Mi Simón Bolívar de Fernando González, hasta novelas recientes como El general en su laberinto de Gabriel García Márquez y las obras de Víctor Paz Otero.

Uno de los agrados de todo comienzo es la cantidad de posibilidades que se abren. Nada ordena que la obra sea una biografía, ni un relato cronológico, ni una secuencia de batallas, ni la narración de unas victorias. Aproximarse al enigma de Bolívar es asomarse al misterio de nuestro continente, y a medida que avanzamos en el descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión. Nuestros primeros diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas: Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la Ilustración y del Romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones; Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos; Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora; Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle continuidad a un sueño ya amenazado por la historia.

Nuestros siguientes encuentros empezaron a explorar posibilidades diversas para tratar de entender al Libertador y sus hazañas no sólo desde dos siglos de distancia sino desde la complejidad de la vida moderna. Después de los primeros intercambios, Omar empezó a sentir la necesidad de que los lenguajes musicales de estas tierras entraran en el juego de creación del espectáculo, y muy pronto surgió el proyecto de realizar un taller de actuación con músicos vallenatos y con músicos llaneros, y nos pareció que no habría escenario más adecuado para estas primeras búsquedas que la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, la última morada de Bolívar. Así se gestó la siguiente etapa de nuestro proyecto.

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