viernes, 17 de abril de 2009

TRES MOMENTOS DE BOLIVAR por William Ospina

PARTE I

Estamos en Europa, en el mundo de las ideas y los diseños, a comienzos del siglo XIX. Vientos revolucionarios lo llenan todo, pero lo que vemos es una revolución urbana y europea, presidida por dioses de mármol, por palacios franceses, una suerte de barbarie neoclásica donde las decapitaciones pueden figurarse solamente por una cinta roja en el cuello. En medio de las barricadas de la Revolución brota Bolívar, un típico jovencito francés, joven, ágil, valiente, ilustrado, que se mueve entre libros y músicas románticas.

Primer monólogo de Bolívar. Ideales del Romanticismo y el sueño de la Libertad.

Es hijo de Rousseau y de Voltaire, un joven rico que alterna los libros con el vino y el juego. Al fondo crecen las tempestades de la Revolución, y ascienden los partidos, hasta que se alza gigantesco Napoleón que lo domina todo.

Monólogo de Napoleón. El poder del imperio.
En las calles, debate sobre si Napoleón es la derrota de la Revolución Francesa o su verdadera victoria.

El joven asume el estilo napoleónico, y empieza a imitar al hombre glorioso. Entonces aparece Humboldt. Viene de América, arrastrando una fronda de selvas heráldicas, de imágenes de Ilustración. Vestido con los diseños de la expedición botánica, habla de un mundo exuberante y mágico, de selvas desmesuradas y de ríos infinitos. Bolívar ve pasar las selvas y los ríos en forma de símbolos, telas o láminas, hojas y flores y frutos de la naturaleza equinoccial: una selva ilustrada, comprende plenamente que ese es el mundo al que pertenece, y se siente llamado a ser el Libertador de esas tierras.

Monólogo de Humboldt. Descripción del mundo americano.

En Bolívar combaten los sueños y los fastos napoleónicos con esta vocación de su ser por liberar las tierras vírgenes, el mundo equinoccial americano, al que vemos llegar en un estilo pintoresco de paisajes románticos y dibujos exóticos. Todavía es un dilettanti, un dandy sentimental y opulento, pero es entonces cuando aparece el rigor de su maestro Simón Rodríguez, a quien había dejado de ver en Caracas años atrás.

Discurso de la disciplina, discurso de la libertad, del deber, de la responsabilidad, que lo arrebata a los lujos y a la ostentación, y lo llama a la austeridad y al esfuerzo.

Bolívar pierde su gesto napoleónico y se convierte en un caminante esforzado y austero; un hombre dominado por pasiones verdaderas y no por las ilusiones del espectáculo. Viajan por los Alpes, morral al hombro, al reencuentro con los abismos y los vértigos. Y también con la soledad. Bolívar empieza a comprender la enormidad de su misión.

Diálogo, Bolívar y Rodríguez. El estado de postración del mundo americano. El sueño de sembrar repúblicas en un suelo donde hay indios discriminados, negros esclavizados, criollos tratados como inferiores. Cómo es mucho más difícil es hablar de Libertad, Igualdad y Fraternidad en el mundo americano que en el mundo europeo.

Bolívar ve en Italia a Napoleón envuelto sólo en una capa negra y cubierto por un sombrero sin insignias. Cambio de perspectiva: un hombre de lucha y no de ostentación. Vuelve a encontrarse con Humboldt, ahora un hombre de estudio, dedicado a las piedras, a la geología, al pensamiento. Ahora a Bolívar no lo están educando los salones y la gloria sino el esfuerzo y la dificultad: comprende que su camino no será de lujos sino de dificultades y sacrificios.

Bolívar jura en el Monte Sacro, estrechando la mano de su maestro y alzando su espada, que no descansará hasta no dar libertad a su tierra. Juramento del Monte Sacro, y ecos de versos románticos.

Los Alpes con sus abismos se convierten en las olas del océano, y Bolívar en la proa se dispone a llegar a su tierra nativa. Las músicas cambian del estilo romántico europeo a los soplos de cañas y vientos de tambores y trombas de agua del mundo americano. Empiezan a escucharse las músicas del litoral y de la llanura, que cada vez ocuparán más el espacio.


PARTE II

En una playa solitaria, Bolívar empieza a encontrarse con las dificultades. Todo está en manos de los enemigos. Todo aquel con quien quiere aliarse desconfía de él. Hay hombres poderosos como Miranda, que sólo creen en la alianza de los grandes poderes: unir a Francia y a Inglaterra contra España, que es como unir al mar y al viento contra la tierra, pero esas fuerzas cambian de rumbos y de alianzas, y nunca se logra triunfar.

Monólogo de Miranda, héroe de cien batallas, general norteamericano, francés y español, amante de la emperatriz, soñador de la libertad, derrotado continuamente.

El suelo es ajeno, no es posible permanecer en él. Venezuela está en manos de los realistas y de los rebeldes, pero cada rebelde maneja una pequeña región y no se une con los otros. Bolívar comienza a comprender que el principal enemigo es la desunión de esas fuerzas, la montaña no dialoga con el litoral, el río no se entiende con la llanura. Es como si el jaguar, el cóndor y la serpiente, los tres niveles del mundo de la vieja tradición incaica, estuvieran en guerra entre sí, de modo que los cazadores se apoderan de ellos y los dominan. Los animales están en discordia, las selvas están en discordia, las aguas están en discordia. Vuelan en desorden confuso los pájaros; cada quien prepara la rebelión de los monos o de las serpientes, de los caimanes o de los papagayos. La tierra firme se hunde, la selva se cierra como un muro, los ríos escapan y no se dejan navegar. Bolívar cae varias veces, como Cristo, pero se vuelve más fuerte en contacto con la tierra nativa.
La selva no es ya una ilustración sino una realidad de maraña y de fango, hermosa pero indócil, fecunda pero ingobernable. Es preciso armonizar las melodías que articulan los distintos pájaros, que entren los sonidos de aguas y de árboles, que aquel bullicio se resuelva en música, que el desorden de aves se vuelva bandada, que el tigre salga del agua y el caimán baje del árbol. Bolívar tiene que poner a cada uno en su sitio, pues este es el papel del jefe, encontrar en qué lugar cada uno de sus soldados puede cumplir verdaderamente su función.

Discurso de Bolívar sobre la Unión. El sueño de la unidad nacional y continental. Por qué no se puede derrotar a los españoles si no se tiene un sueño continental.

Mariño, con cabeza de tiburón o de pelícano, como en los viejos atavíos indígenas, es el hombre de los litorales. Bermúdez, delfín o tucán, es el hombre del Orinoco. Páez, tigre, o chiguiro, u oso hormiguero, es el hombre de las llanuras. Santander, Cóndor o venado, el hombre de la Sabana. Sucre, el ave, Flórez, el mono, Piar, la mariamulata. Representan las virtudes de esos animales, a la manera indígena. (Mucho conviene romper con la tendencia europea a identificar animales con vicios y defectos). El jaguar es valeroso, el delfín inteligente, el pelícano obstinado, el cóndor altivo y majestuoso, el mono es ágil y gracioso, la mariamulata es prudente y ágil. A veces son como geniecillos diminutos en una selva de hierbas altas y de flores inmensas. Lo que antes fue diseño armonioso ahora es agobiante, algo de microcosmos bellísimo pero también de inmanejable selva prehistórica.

Monólogo de Bolívar (fragmentos de sus cartas) en el que habla, por contraste con las imágenes, en un lenguaje completamente político y castrense, de regiones y generales, de provisiones y de armas, de alianzas internacionales, de los movimientos del enemigo. Y en la escena lo que vemos son las soluciones simbólicas.

Bolívar tiene que poner a luchar a los elementos contra el invasor. El invasor tiene uniformes europeos, cruces, símbolos, cañones, espadas: aunque también una estética de la violencia: inquisición, racismo, superstición. El nativo tiene como munición vainas enormes llenas de semillas, espigas que estallan en granos, frutas que se abren como granadas de colores, vientos de hojas y de polen. (Voire: “El rompimiento de la nuez” de Richard Dadd). El pantano mismo es un personaje que a partir de cierto momento obedece las órdenes de Bolívar y cubre regimientos con sus caballos y sus cañones. (Una voz en Off nos habla de cómo las tropas de Páez se hacían seguir de los regimientos españoles y en el último momento se desviaban dejando al enemigo sumergido en la ciénaga).
Bolívar ha triunfado en el Orinoco e inmediatamente hace un llamado para que se reúna un Congreso de Diputados. El llano es libre. Bolívar es como Moisés ascendiendo al monte a buscar una ley severa que impere sobre sus tropas. Lejos en Europa los políticos leyendo el periódico (Correo del Orinoco) comprenden que aquellos guerreros no son tiranos de aldea, ni sátrapas, sino estadistas que intentan crear instituciones, fundar repúblicas, instaurar una legalidad en una tierra maltratada por siglos. Vienen entonces las brigadas europeas a unirse a sus tropas. Byron en Italia sueña con ingresar en el ejército de Bolívar y luchar por la libertad de estas naciones nuevas.

Monólogo de Byron alto en la proa de su barco “Bolívar”. El sueño de la libertad.

Es el momento del gran enfrentamiento de Bolívar con la naturaleza. Decide la acción más temeraria y loca de su carrera: el paso de los Andes hacia la Nueva Granada, por gargantas imposibles y páramos mortales, una región donde los españoles saben que el paso es imposible. Después de infinitas penalidades logra tomarlos por sorpresa, derrotarlos en el Pantano de Vargas y en Boyacá, asegurar la libertad de la Nueva Granada y comenzar la cadena de sus triunfos continentales. Como relámpagos, como fulminaciones, se suceden más y más allá las batallas: Carabobo, Pichincha, Ayacucho, Junín. España retrocede, las montañas se doblegan, las ciudades se abren, los regimientos enemigos caen al mar, las tropas descamisadas entran bajo lluvias de flores en las ciudades libres, los fantasmas de los incas, de los aztecas, de los muiscas se alzan detrás como soles y lunas y pájaros de colores. El arco iris de los incas se abre sobre la ciudad dorada de las montañas. Alguien labra una corona para Bolívar.


PARTE III

Monólogo de Bolívar negándose a llevar la corona. Detrás de las nubes doradas vienen las nubes negras. Con cada victoria Bolívar se hace cada vez más innecesario. El quiere seguir la lucha por la libertad del continente, pero cada general quiere detenerse un poco y gobernar su región.

Monólogo de Santander. ¿Cómo se pueden construir naciones si siempre hay que estar pagando cuentas de nuevas batallas? ¿Cómo saber cuándo ha terminado la lucha y comienza la hora de la paz? ¿Pueden vivir en paz los guerreros? Cuando ya han terminado sus luchas, ¿no sienten que los que van a beneficiarse de la paz no son los que se la ganaron? Quizás todos necesitamos a Bolívar pero también necesitamos que Bolívar no sea un hombre sino un símbolo. Los hombres tienen pasiones, ambiciones, deseos, y la unidad continental es un sueño que no se puede realizar. Construyamos nuestras naciones, cada una distinta de la otra, y resolvamos lo urgente. Que Bolívar entienda las exigencias de la real política.

Monólogo de Bolívar. Mis triunfos son mis derrotas, cuantas más batallas gano, menos me quieren mis hombres. Ahora les estorbo para sus pequeños proyectos. Nunca seremos grandes si no tenemos un destino continental. ¿Vamos a repartir la selva y el río, la montaña y el mar?. Nuestra división será nuestra debilidad, y los grandes del mundo se beneficiarán de nuestras rivalidades.

Todos quieren hacerlo rey sólo para que deje de ser general. Todos quieren hacerlo rey para que se vuelva una figura decorativa y los deje gobernar sus países. Bolívar empieza a sentir que ahora la guerra es contra él. Pero es en realidad el conflicto entre dos maneras de entender la historia. Hegel acaba de decir que la tragedia es ese momento en que dos posiciones distintas tienen ambas la razón y no logran encontrar una síntesis. El sueño de Bolívar no tiene todavía un lugar en el tiempo, es apenas la hora de las repúblicas, falta mucho para que se abra camino la conciencia de la necesidad de una unión continental, y ésta quizás no será posible si no se han fundado y fortalecido las naciones. Bolívar vive en la utopía, aún no hay tal lugar.
El fuego que arde en su ser empieza a consumirlo. Todos lo rechazan y lo hostilizan. Viendo que la unión continental se rompe, Bolívar se traiciona a sí mismo y asume la dictadura, última esperanza de sembrar un orden que no tiene lugar en el mundo. Sus propios amigos entran a asesinarlo en su propia casa, y esa es la señal que anuncia la partida. Es hora de descender por el río melancólico de la muerte. El río Magdalena, que fue escenario de sus victorias, ahora ve pasar a la sombra del paseante solitario, al hombre que vislumbró el futuro pero que no pudo entrar en él. Así lo había dicho Holderlin de Rousseau.

Nuestra jornada humana, qué estrechos son sus límites.
Tú vives, ves, te asombras, y la tarde ha caído.
Duerme ahora en distancias infinitas, allá donde los años
De las naciones pasan y se esfuman.
Muchos hombres abarcan con la vista su tiempo,
Un Dios les muestra los espacios vírgenes.
Tú lleno de deseo te quedas en la orilla,
Eres sólo un escándalo para tus semejantes,
Una sombra, y no sientes ningún amor por ellos.
Pero aquellos que llamas por su nombre,
Esas nuevas presencias prometidas,
¿En dónde están, entonces?
Para que así una mano de amigo te conforte,
¿Por dónde se aproximan?, tú que hablas solitario.
Sólo un parco silencio en torno tuyo,
Pobre hombre,
Y prosigues tu marcha solitaria
Semejante a los muertos insepultos.
Tú los has escuchado,
Comprendiste su lengua desconocida,
Tú has leído en sus almas.
Para el hombre de profundos deseos un signo fue bastante,
Y los signos han sido
Desde el alba del tiempo la lengua de los Dioses.
Y este hombre, oh prodigio, como si ya en su espíritu
Desde el origen mismo,
En su marcha total y en sus actos ilímites
Hubiera desposado la marcha de la vida,
Comprende al primer signo lo que habrá de cumplirse,
Y semejante al águila que siguen tempestades,
Con vuelo temerario,
Precediendo a sus Dioses su espíritu campea,
Y anuncia su llegada.

Bolívar está febril cuando le llega la noticia del asesinato de Sucre y éste lo precipita en la agonía. (El cuento de Mutis). No le ha sido ahorrada ninguna decepción. Todos los grandes jefes sienten cierto alivio al pensar que está muriendo. Pero al día siguiente de su muerte todos despiertan pensando que es un semidiós, convierten en mármol y en bronce aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hay calle, ni plaza ni aldea que no esté presidida por su estatua. ¿Qué significan esas estatuas? En primer lugar, el arrepentimiento de aquellos que lo abandonaron, la conciencia profunda de su ingratitud, pero también la alegría de poder aprovecharse de su imagen. Cada uno se declara el dueño de la estatua, y en nombre de ella justifica sus propios proyectos. Como nos dijo Borges: “La gloria es una incomprensión, y quizás la peor”.

Pero no sólo quedan sus estatuas sino también sus hechos y sus palabras. Es en ellas donde sigue vivo, y preparando el futuro, y esperando.

Discurso final de Bolívar pregonando su sueño que finalmente debe triunfar.

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