Una de nuestras primeras conversaciones con Omar Porras giró sobre el general desconocimiento de Bolívar por parte de las nuevas generaciones. Bolívar se ha convertido en una estatua, y yo creo, le dije, que es necesario devolverle su condición de ser viviente. Recordé los versos de Rubén Darío sobre el modo como nos hemos olvidado de lo que fue Grecia, por acostumbrarnos a verla como un montón de mármoles. En mi jardín se vio una estatua bella/ se juzgó mármol y era carne viva. Una primera posibilidad sería la de mostrar a Bolívar como una estatua, y lograr que la estatua cobre vida en el escenario, o que se desintegre en una serie de elementos que después cumplirán un papel en la narración de las aventuras del héroe. Hablamos también del modo como podrían representarse las batallas. Hay posibilidades abstractas y simbólicas, nos dijimos. No eran aquellas unas batallas sólo entre ejércitos europeos y ejércitos americanos sino entre dos mundos y sus representaciones imaginarias. Yo siento, le dije a Omar, que hay que tener una intensa presencia de la naturaleza, no sólo porque en la campaña libertadora de estas regiones de América la naturaleza jugó un papel fundamental, sino porque el ejercicio científico y estético de reconocimiento de la naturaleza americana que realizaron los sabios y pintores de la Expedición Botánica de la Nueva Granada, fue fundamental para llenar de orgullo y de ansia de libertad a las generaciones Ilustradas que hicieron la Independencia. Esto nos llevó a explorar las ediciones de las láminas de la Expedición Botánica, y Omar concibió la posibilidad de que en las representaciones de las batallas pudiéramos ver a los ejércitos americanos como fusionados o confundidos con la naturaleza, como si enfrentaran la metralla y los cañones de los españoles con un arsenal de lanzas vegetales, de flores que revientan y de semillas que estallan arrojando sus granos.
Al mismo tiempo examinábamos las posibilidades que se abrían a la narración con la presencia de los músicos en el escenario. Y así fuero saliendo las primeras tareas. La más importante, profundizar en el conocimiento del personaje, y en el establecimiento de los episodios más convenientes para la narración. Lo mismo en nuestros encuentros personales como en conversaciones telefónicas entre Colombia y Suiza, exploramos posibilidades. Teníamos las obras biográficas sobre el Libertador, los documentos de quienes lo conocieron, las obras escritas por él, discursos, proclamas y constituciones, y finalmente su copiosa correspondencia, que tanto ayuda a imaginar al personaje. Así creíamos ir viendo aparecer la obra en la distancia, pero no ignorábamos, aunque en rigor tampoco presentíamos, las complejidades que la obra nos iba a plantear, a medida que fuéramos conociendo al personaje y adentrándonos en su experiencia.
Una de las primeras fue el descubrimiento de que la vida de Bolívar es una sucesión de episodios todos necesarios y todos brillantes. Ya su infancia y su adolescencia nos dejan ver a un personaje excepcional. Después viene el proceso de su formación, la influencia a través de su maestro de las grandes ideas de su tiempo, y después su contacto personal con el mundo europeo, con la corte española, con la revolución francesa, con los sueños de la libertad y de la República. Cada uno de esos episodios daría para una obra entera, el descubrimiento en Paris de su vocación libertadora, las primeras derrotas, el enfrentamiento con sus propios hombres, el fusilamiento de Piar, la campaña triunfal por el Orinoco, el Congreso de Angostura, la súbita inspiración casi demencial de cruzar la cordillera y caer sobre los españoles en la Nueva Granada, el armisticio, la sucesión de las batallas, sus complejas y cambiantes relaciones con Santander, su delirio sobre el Chimborazo, el encuentro en Ecuador con todo el poder y con todo el amor, las grandes batallas del sur, la formación de las repúblicas, su relación con Sucre, la tentación de la dictadura, el choque con sus generales, el sentimiento de incomprensión y de derrota, la melancolía final, la muerte de Sucre, el descenso por el río, la agonía, lo que ocurrió a su muerte con su memoria.
Ante una tal abundancia la siguiente tarea no es ya la del acopio de información sino una de selección y de síntesis. Dado que no puede contarse todo, decidir qué es lo que necesariamente hay que contar; y cada decisión va modificando en mayor o menor grado la percepción del proyecto. Empezamos a advertir que al comienzo el proyecto es decenas de proyectos distintos, todos los lenguajes son posibles, todos los episodios son narrables, todos los tonos son utilizables, el escenario es un universo de posibilidades, el personajes una multitud, la perspectiva de la narración múltiple. Viene la etapa de selección y de voluntaria renuncia. Hay que afinar los sentidos porque es la obra la que debe hablar, la que debe dictar su propia verdad, su anécdota, su tono y su ritmo. Más que asumirnos como inventores de un relato, tenemos que ser los primeros oyentes de un relato que está en la vida de Bolívar pero también en las vibraciones de nuestra época. Porque no sólo estamos hablando de alguien sino hablándoles a unas personas: importa saber, o adivinar, qué saben y qué necesitan saber.
Así, en un momento del proceso, nos reunimos Manolo Oruela y William Ospina, a intercambiar un poco nuestras percepciones del proceso, y a contarnos recíprocamente lo que hemos hablado con el director. Este fue el diálogo:
DIÁLOGO DE MANOLO ORJUELA Y WILLIAM OSPINA
MANOLO:
Ahora estaba leyendo este libro de Gerhard Masur, voy por la mitad y me lo recomendaste tú.
W.O:
Si. ¿Qué edición?
MANOLO:
Una que conseguimos en la “Merlín”
W.O:
Está bueno. Es de “Circulo de Lectores” Es muy bueno este libro.
MANOLO:
Y bueno, (Omar) solamente me botó esa idea hablando un día por teléfono. No estaba pensando ya en tantas personas. Incluso hace poco estuvimos hablando con él y me decía que incluso se imaginaba un espacio donde tal vez el único personaje era Bolívar y que -así como él bota ideas- se imaginaba a Santander como un contorsionista, a las mujeres que sedujo o que sedujeron a Bolívar como bailarinas. Empezó a botarme bastantes ideas formales sobre el mundo que estaba imaginando entorno a un solo ser. Eso es más o menos. Sigue insistiendo en los músicos, si. En que sea una cosa festiva. ¿Qué más? No. Eso como que oído hablarle en estos últimos días.
W.O:
Él me estuvo diciendo, el día que conversamos, que a veces se le antojaba la imagen de un personaje solo en el escenario, y que a veces incluso se le antojaba vestido a la moderna, con saco y corbata, frente a un micrófono.
MANOLO:
Eso también me dijo.
W.O:
Como empezando a recapitular todas esas cosas. También tratando de establecer una alianza entre el personaje que fue Bolívar hace unos siglos y el hombre de hoy. Se estaba preguntando si los hechos, las transformaciones del espacio, los diálogos, las escenas de amor, no podrían resolverse de una manera más contemporánea. Estaba pensando en un camino experimental y llegó a considerar incluso renunciar a los recursos tradicionales de su estilo en su compañía y construir otras cosas.
MANOLO:
Trabajar con un video-artista inclusive….
W.O:
Eso significa que está abierto a todas las posibilidades. No quiere negarse ninguna de entrada, no quiere aferrarse de entrada ni siquiera a su lenguaje de máscaras.
MANOLO:
Maravilloso. El incluso me propuso que le diera una idea. La idea que a mí se me ocurriera, sobre cómo yo veía este montaje, también la quería escuchar. En realidad si está abierto a muchas posibilidades. ¿Qué más? La última vez que hablamos… no sé si te habló de un armario viejo…
W.O:
No. (Risas)
MANOLO:
Claro que era basado un poco en la idea de Humboldt. ¿No? Humboldt se le había pasado por la cabeza y lo puso a imaginar un armario, un escaparate viejo pero que dejara una sensación de moderno, en donde tal vez este protagonista, este personaje abría. Y ese cajón se convertía en una especie de revelación de cierta época suya, de una época científica, o de una época amorosa, o de una época de conflicto consigo mismo ¿qué sé yo? También me mencionó esa idea. A mí la que más me ha llamado la atención, porque siempre me ha gustado trabajar así -porque eso es vital- es preguntarnos qué tan capaces somos de dar a entender la vigencia que tiene el conflicto que afrontó Bolívar, que de verdad no tiene para mí mucha diferencia con el conflicto que se sigue viviendo, sobre todo en nuestra nación. Me parecen increíbles las páginas que leo; y el autor hace ver muy bien eso allí, porque él está escribiendo con un fin. ¿Qué es lo que les está pasando a estas naciones? ¿Por qué les está pasando ahora lo mismo que pasaba hace doscientos años, o hace sesenta cuando él lo escribió? Y hay puntos magníficos. No sé si tú has leído sobre la rebelión de los llaneros. Es una cosa que no yo sabía, que además es muy sencilla y que me gustó muchísimo. Un capitulo sobre la región y los llaneros: cómo eran los llaneros de esa época; que era un pueblo nómada, un pueblo que en realidad nunca estuvo bajo el poder español y que terminó luchando a favor de la empresa realista, cuando los tomó Boves desde Venezuela. Los tomó, los aprovechó y ellos lucharon contra el ejército patriota. Y en el ejército patriota a la vez había una cantidad de españoles que estaban a favor de la causa. Aventureros o gente que se sentía ya, que se sentía ya… mejor dicho, la batalla era tan ambigua, tan plural, tan confusa, algo muy parecido a lo que sigue sucediendo aquí, de alguna manera. ¿No? Eso me pareció interesantísimo. Incluso él evoca un pintor que trataba de plasmar la guerra independentista. Creo que había escenas donde caballos luchaban contra caballos y hombres contra sí mismos. Era ya una cosa, un enredo, que nadie podía entender. Ya todos como luchando consigo mismos.
W.O:
Hay momentos de unas imágenes impresionantes. Por ejemplo los asedios de Páez a las tropas de Morillo. Son llaneros que conocen muy bien los suelos del Llano. Se les aparecen a las tropas de Morillo y se lanzan en carrera. Las tropas de Morillo vienen a perseguirlos, éstos saben muy bien cómo esquivarlos, y los hunden en los pantanos y los ahogan. Ahogan ejércitos enteros en las ciénagas. Esa imagen es impresionante.
MANOLO:
Era un ejercito que no necesitaba… ellos ya venían armados. Ya llevaban la lanza, la tenían ellos. El fuete, el rejo. Eran centauros. La indumentaria. Todo era a cambio de saquear la región a donde llegaban. Bolívar le pagaba a su ejército. Buscaba la manera de encontrar armamento. En este sector obviamente no había industria para generar armamento. Tal vez encontraba las municiones pero tenía que importarlas. ¿No sé por qué se les decía “infantería” a ellos?
W.O:
Generalmente la infantería son los que van a pie.
MANOLO:
¿Y de dónde viene la palabra infantería?
W.O:
No sé por qué los llaman infantería. Hay jinetes y hay infantería. A pie.
MANOLO:
Estos estaban montados a caballo y obviamente la ventaja era brutal, ¿no?
W.O:
Los lanceros eran impresionantes. Yo, a lo largo de este tiempo concebí dos cosas distintas.
En algún momento me dio por imaginarme una pieza de teatro -cosa que no es lo que yo quiero ni mucho menos-. Una pieza de teatro en la cual en una noche borrascosa (esto no se lo he contado a Omar, te lo cuento a tí porque es la manera también de contármelo a mí mismo). En una noche borrascosa de lluvia llega un hombre que viene a caballo o se acaba de bajar del caballo, bajo un puente a guarecerse de la lluvia. Es un puente en arco, un puente de ladrillos. Y él llega allí. Está el aguacero y están los relámpagos y todo allá atrás. Pasa un arroyo por allí, más abajo, una cañada. El tipo llega, y está guareciéndose de la lluvia, cuando advierte que hay alguien más. Es un muchacho relativamente joven (el que acaba de llegar) y advierte que hay alguien más bajo el puente. Hay un anciano bajo el puente. Está allí, sentado, guareciéndose de la lluvia también, en la oscuridad, y se ve a veces por los relámpagos. Finalmente el personaje, (el viejo que está guareciéndose bajo la lluvia) tiene como recelo del que llegó. Pero cuando ve que el tipo simplemente se está protegiendo de la lluvia, termina conversando con él y le pregunta al muchacho quién es. El muchacho empieza a contarle que acaba de llegar a Santafé. Viene del Sur, viene viajando desde hace mucho tiempo, desde Quito, y ha parado en distintos sitios, y ahora ha llegado a Bogotá. Venía con otra gente, pero se separó llegando a la ciudad. Lo cogió la noche, y el aguacero, y entonces tuvo que guarecerse allí. Y el personaje viejito le pregunta qué viene a buscar. Él responde que quiere una posada y no sé qué, pero sobre todo que quiere conocer a Bolívar. O sea que esto ocurre en tiempos en que Bolívar está en Santafé. El anciano le pregunta por qué quiere conocerlo. Y el muchacho, que sabe mucho de Bolívar, que es un gran admirador de Bolívar y viene siguiendo sus huellas, después de que Bolívar ha triunfado en el Perú, en Bolivia, en Ecuador, en todas esas partes, dice que ha venido hasta aquí para ponerse a su disposición, para ofrecerse como guardia de cuerpo, o como escolta o centinela. Quiere dedicarle la vida a su personaje. El anciano entonces le pregunta cosas de Bolívar y el muchacho, que lo sabe todo, empieza a narrarle las historias de Bolívar. Cómo llegó, cómo luchó, cómo fue lo de Venezuela, lo del Orinoco, lo de la Nueva Granada. Y todo lo que el muchacho está contando empieza a ocurrir encima del puente, allá arriba. Las escenas, las circunstancias. Las cosas pasan allá, encima del puente, y aquí, debajo de ese arco, están los dos personajes, que son los narradores: el muchacho que está contando las historias de Bolívar, a quien viene apenas a conocer, cuya leyenda conoce toda porque es un joven enterado de todo lo que ha pasado en el continente, y el anciano, que le ha preguntado por qué quiere conocerlo. El muchacho le pinta pues, un retrato glorioso del Bolívar triunfador de todas esas batallas, convertido prácticamente en un rey, cubierto de guirnaldas y de coronas, rodeado de mujeres hermosas, toda esa gloria que describen los biógrafos. Sabe que acaba de volver a Santafé ya, después de que han expulsado a los españoles y todo eso. Y tiene a Bolívar tan endiosado como lo tienen todos ellos. Bolívar prácticamente es Júpiter. Pero todo esto es la manera como podemos mirar la historia de Bolívar allá arriba sobre el puente, para conducir al desenlace. Al final del relato el anciano le revela que él es Bolívar, y que está allí, refugiado, bajo el puente, porque lo iban a matar esa noche en una casa, de donde saltó por la ventana, y le revela que esa leyenda gloriosa que él ha visto (que es cierta, por supuesto), ahora no es más que una ilusión porque hasta sus propios amigos lo quieren matar, porque ya toda su gloria se ha echado a perder, y él está inclusive tosiendo y enfermo. Entonces está el contraste entre esos dos Bolívares: el de arriba, triunfador, glorioso y todo eso. Y este Bolívar escondido toda una noche –porque Bolívar pasó toda esa noche debajo de un puente cuando se tuvo que arrojar por la ventana. Yo creo que es una historia interesante.
MANOLO:
Mira que hay (bueno, no es para nada parecida, pero me recordó la de “El último rostro” de Mutis). ¿Tu has oído de ese cuento? Por que Pawel Nowicki hizo una adaptación para teatro. Yo participe en ese montaje como asistente técnico. Y es un coronel, el coronel Napiersky. Un joven de 19 o 20 años que viene atravesando el océano, es un polaco -por eso le llamó tanto la atención la historia de él- que viene a continuar la lucha que unirá a los países en “La gran Colombia” y todo esto. Y cuando él llega, por fin encuentra a Bolívar, lo encuentra en la Quinta de San Pedro, ya en las últimas. Pero nunca esperaba encontrarse eso. Y él ve al libertador, arriba en un dormitorio, pero baja y solamente el tiempo narrativo se sucede con su servidumbre. El coronel está con él hasta que muere. Y viene a reflexionar sobre las conversaciones que ha tenido con Bolívar arriba, en su lecho de muerte. Pero no anecdotiza, simplemente reflexiona. Esa también es bien bonita… y él hizo una adaptación para teatro de ese cuento. Es un relato de Mutis. Pero esta base argumental está muy buena
W.O:
Sí. Yo creo que sí, porque permite mostrar las dos caras del personaje, toda la gloria, las hazañas, y toda la imaginería que uno pueda construir allá arriba, y manejar eso también en dos tiempos. El tiempo de la luz y el tiempo de la tiniebla, de la noche, de la oscuridad, de la lluvia. Además está el joven contándole la historia al viejo sin saber que es el mismo Bolívar oyendo su propia historia. Eso se me ocurrió. Me pareció interesante para contárselo a Omar un día.
Lo otro es que cuando estuvimos hablando, yo le conté de tres momentos que me parece que -a partir de la biografía de Masur sobre todo, y de otras cosas que leí por ahí- son tres momentos muy importantes de la vida de Bolívar, que podrían marcar tres momentos de la obra también. El primero que es el momento en que se define el destino de Bolívar como Libertador, y es cuando llega a Francia. Primero se había casado con esa muchacha española y enviudó. Entonces se quedó sin proyecto de vida. Un hombre rico que quería vivir en su hacienda con su esposa y sus hijitos. Se muere la esposa y él se devuelve para Europa viudo y sin rumbo la vida. Y la llegada de él, no a Madrid, sino inmediatamente después, a Paris, es el ingreso en otro mundo. En el aire flotan las ideas de la revolución. Está Napoleón a punto de coronarse en Notre Dame, Bolívar recibe la invitación para ir a la coronación, rasga la invitación por que no quiere verlo, porque le parece un traidor, pero finalmente va a la coronación, se desliza entre el pueblo, y ve la coronación desde la muchedumbre.
MANOLO:
Le queda gustando.
W.O:
Queda lleno de ansias de gloria. Él odia a Napoleón porque lo considera un traidor a la causa de la república, Pero… semejante gloria. Él queda sediento de una gloria similar. Había un millón de personas aplaudiendo a Napoleón por las calles.
MANOLO:
Espectáculos tan masivos en ese entonces no eran tantos.
W.O:
Un millón de personas era mucha gente. Y cómo, inmediatamente después, en el salón de su prima Fanny, en Paris, que es el salón de los jóvenes dandys, se encuentra con un personaje alemán que es Humboldt. Y el relato que trae Humboldt de la América por la que acaba de viajar, la exuberancia de la naturaleza, de la riqueza, de los minerales, de las minas, de la gente misma, le conmociona totalmente a Bolívar las ideas que tenía de su propio mundo. El sabía que es un mundo muy interesante, pero no se le había ocurrido jamás pensar que fuera un mundo tan deslumbrante, porque Humboldt ha visto más en tres años de lo que vieron los españoles en tres siglos en América.
MANOLO:
Y es la mirada del que está afuera.
W.O:
Humboldt le revela ese mundo americano. Y para colmo, al final Humboldt le dice que América lo único que necesita es la Independencia, y Bolívar mira, y le pregunta: “¿Pero usted cree que América está en condiciones de independizarse?”. Y Humboldt le dice en un gesto que a mí me parece que marca, que señala el destino de Bolívar, le dice, seguramente mirándolo: “Sí, América está madura para la Independencia, pero yo francamente no veo quién podría ser el que dirija ese proceso”. Eso le quedó a Bolívar clavado como una espina. Me parece que es el momento en que se define su vocación. Pero fuera de eso, después reaparece su viejo maestro, que es su joven maestro, Simón Rodríguez, quien lo agarra y lo zarandea: “¿Esto es lo que yo le enseñé a usted? Usted es un hombre que se crió leyendo a Rousseau y leyendo a Voltaire, lo puse a leer a todos esos hombres ¿y ahora lo único que hace es vivir en la disipación y en la parranda y en los amoríos y todo eso? ¿Y dónde está la disciplina y dónde está la vocación, dónde está el sueño de la libertad?” Y lo reorienta otra vez, y lo reeduca prácticamente, somete a Simón Bolívar a un programa de reeducación, y un primer paso, -después de esa vida muelle y libertina de Paris- es que se lo lleva de viaje a pie por los Alpes para templar la voluntad y el cuerpo. Después se van para Italia a cabalgar y es allá donde hace el juramento del Monte Sacro. Y se encuentran con Humboldt de nuevo, que viene de unas excavaciones en el Vesubio, y empiezan a cabalgar juntos, paseando por las campiñas italianas, y ya hablando de la libertad de América, ya Bolívar completamente decidido.
Ese es un primer momento que me parece que definió mucho el destino de Bolívar y que le dio su vocación de Libertador. El segundo momento es el momento de enfrentarse, no con la leyenda de América, narrada por el verbo maravilloso de Humboldt, sino con los pantanos, con las selvas, con los ejércitos, con los ríos, con las vertientes; la propia campaña de Independencia con todas sus penalidades, sus sufrimientos, la lucha contra sus propios generales y todo eso. Es un segundo momento, que es el enfrentamiento con la selva americana. Un enfrentamiento glorioso, porque es de todas maneras el triunfo, la victoria, la gloria, la fundación del los Estados, de las republicas, y todo eso.
MANOLO:
Hay una idea que se me ocurría leyendo esos capítulos, y alguna vez habíamos tocado esa idea. Hace poco estaba mirando unos niñitos de una amiga que tiene varicela ahora. Pues me imaginaba al hombre que va pasando por toda esta geografía y va dejando muchos hombres tras él. Porque muchos murieron tras él. Más que por las mismas guerras, por la guerra contra la naturaleza, por las enfermedades. Lo habían contemplado pero no esperaban que fuera tan duro. Incluso a veces llevaba gente de tierra caliente y resultaban metidos en grandes alturas, en unos fríos inclementes. Imaginaba a este hombre, ese mismo hombre viejo que quizás pueda uno ver debajo del puente -y a la mejor manera de los enmascaramientos que provoca el señor Porras- sería este hombre ya lleno de todo ese ramaje y de todas estas fiebres encima. Ya con todas las fiebres y todos los ramajes habidos y por haber, acumulados; que ha podio recoger, incluso, nieve. Traería en su cuerpo todo el continente americano, todas las plagas, si se llamaran plagas acaso. De ese continente, de todo lo que le tuvo que pasar. Todos esos peñascos a caballo donde solamente cabía uno, iban en hilera y muchos caían por el despeñadero. Todo eso me imaginaba que debería tener este supuesto anciano en el caso que esta fuera nuestra idea de presentación.
W.O:
Y algo similar, no exactamente eso, otra cosa, pero afín, me decía Omar de esta segunda parte del enfrentamiento con la selva americana y con el mundo americano. Pero es un enfrentamiento dinámico, victorioso, bélico y glorioso, de todas maneras. Y un tercer momento, que es el momento de la declinación, cuando Bolívar empieza a estorbar. Y es que a partir del momento en que Bolívar triunfa, en cuanto triunfa y logra expulsar a los españoles, empieza a estorbar. Él, para poder derrotar a los españoles, tuvo que unir a todo el continente. La lucha tenía ser continental, porque era la única forma de expulsar a una fuerza que estaba instalada en todo el continente. Pero a partir del momento en que los españoles se van, ya nadie quiere que el continente esté unido. Ya cada quien quiere tener su propia “republiqueta” independiente, y no quiere para nada aliarse con los otros. La alianza continental sólo era una necesidad para expulsar a los españoles. Entonces Bolívar, que es el que tiene un sueño continental, solo era necesario mientras los españoles estuvieran aquí. A partir del momento en que los españoles se van, en el momento en que Bolívar triunfa, en ese momento comienza su fracaso, porque empieza a ser estorboso. Ya nadie lo quiere, nadie sabe dónde ponerlo, lo quieren volver rey pero para que esté por allá con una corona, sin intervenir en nada. Y Bolívar no quiere. El quiere trabajar por el sueño continental, aunque ese sueño continental es en ese momento imposible, y entonces empieza a sentirse hostilizado por todo el mundo, y todos lo odian porque a todos les estorba, y eso es lo que produce su enfermedad, y lo que hace que finalmente se muera. Esa parte final es la parte, no de alguien que está equivocado, sino de alguien cuyo acierto, cuya clarividencia, no le pertenece tanto el presente como al futuro. El ideal de la integración latinoamericana es un ideal válido hoy. Hace dos siglos era una quimera, un espejismo. Entonces Bolívar es un gran profeta de algo que tendrá que llegar con el tiempo, pero en su momento lo que la historia imponía era más bien la lógica de que cada nación se consolidara. Entonces, de alguna manera los que tenían razón momentánea, histórica, eran los otros. Santander quería su Colombia, Páez quería su Venezuela, Flórez quería su Ecuador, los otros querían no se qué, San Martín quería su Argentina. Cada país quería consolidarse como país, herederos también de toda esa fragmentación que había entonces.
MANOLO:
Incluso federarnos, además.
W.O:
Bueno, Bolívar quería federarlos, siquiera como un principio de integración. Estos no querían nada. De todas maneras fragmentados por una vieja tradición española que era la de aislar a los países y ponerlos a negociar cada uno con las metrópolis, y no entre sí. Esa fragmentación sobrevive todavía. Entonces Bolívar tenía razón a largo plazo, pero a corto plazo no tenía nada que hacer. No tenía función en el mundo. Los otros, en cambio, tenían una función inmediata: construir sus países. Y por eso se abrieron camino, por eso Bolívar con su victoria, selló de alguna manera su derrota, así fuera momentánea su derrota para entonces. Y ese tercer momento es el momento de la comprobación, de la amargura de una situación histórica. El es un gran personaje histórico para el futuro, más que para su presente. Eso también explica algo que a Masur lo inquieta al comienzo. Y es que es asombrosa la divinización de Bolívar que se hizo inmediatamente después de su muerte. Bastó que muriera y todo se llamaba Bolívar. Estatuas de Bolívar por todas partes. Era un semidios. Masur dice que pocas veces en la historia moderna, en el mundo, se ha dado la glorificación de un personaje como fue la glorificación de Bolívar después de su muerte. Pero la explicación de eso es una explicación paradójica. La razón por la cual lo divinizaron tanto después de su muerte fue, en primer lugar, para expiar la actitud con que lo habían tratado en los últimos años. Entonces lo volvieron Dios. Y en segundo lugar, convirtiéndolo en una especie de ídolo, en un ícono, en un mito, cada quien podría usufructuar de su gloria. Todos se volvieron profundamente Bolivarianos: Santander, que ya lo detestaba, puso a Bolívar en todas las plazas de todos los pueblos, en todas las ciudades. Páez, a quien por lo menos le incomodaba, llenó de Bolívares a Venezuela, y los otros llenaron de Bolívares a Ecuador. Es muy extraño ese destino de un hombre al que derrotan humanamente y endiosan como símbolo. Y es muy interesante también, ese sería el tercer momento de esa historia.
Porque una pregunta que nos hemos hecho desde el comienzo es ¿por qué Bolívar se volvió una estatua? Casi nadie sabe cómo fue realmente su vida, cómo fue la complejidad de su aventura, para casi todo el mundo ¡Bolívar es una estatua! Y nuestro deber es devolverle a esa estatua su condición de carne viva, su humanidad.
Entonces, cuando yo le decía estas cosas a Omar, Omar, que andaba disparado, -como suele estar- ¿no? me decía:
“Lo que yo veo entonces es que esa primera parte, que es la parte Europea, el descubrimiento de su destino en Europa, la veo como una parte de mármol, como una parte llena de limpieza clásica, de la luminosidad de una arquitectura y de una estructura. Y además veo la mención de la selva en esa primera parte, no como la selva viva, sino como la selva de las láminas, la selva de Humboldt, las láminas de la Expedición Botánica. La veo, me dijo, en forma de vitrales, de diseños, es una selva diseñada, una selva pensada, una selva ilustrada, en la primera parte de la obra. En la segunda parte es ya la selva de verdad, y es como si hubiera llegado –ahí me acuerdo de lo que tú estabas diciendo ahora- como si le cayeran encima toneladas de barro, dijo, porque se le vino encima la selva verdadera y entonces esa selva…
MANOLO;
En vez de una espada, la vaina de una arveja, que todo fuera naturaleza…
W.O:
Allí es donde la naturaleza lucha contra la naturaleza, y los ejércitos mismos están armados de espigas y de lanzas y de juncos y de guaduas y de cañas. Eso puede ser muy hermoso: esas batallas naturales. Y pasar de la naturaleza ilustrada que vimos en el libro de la expedición Botánica, (mostrando el libro de Mutis) estos decorados, estos diseños tan limpios y clásicos. Esto puede ser muy bonito como decoración, como escenografía, la selva ilustrada, la selva racionalista, para pasar después a la selva de barro y de fango.
MANOLO:
Hacerla con fondo blanco.
W.O:
Exacto. Eso puede ser muy bonito. Y bueno, la tercera parte es ver de qué manera esa selva, que primero fue diseño y luego fue fango y desorden y guerra, ¿en qué se convierte esa selva final, cuando todo es más bien declinación y melancolía?
MANOLO:
Casi se lo termina chupando el mismo salvajismo de él.
W.O:
Al fin y al cabo los árboles son todo. Los árboles son a la vez vida…
MANOLO:
Y muerte.
W.O:
Pero bueno: hay muchos elementos, y nos vamos a llenar de muchos más por el camino. De manera que eso va a estar bueno.
MANOLO:
No sé en que medida él te habrá hablado de que le gustaría ver qué ha pasado con su vida y qué ha pasado con la vida de Bolívar. A mí no me parece nada descabellado ¿sabes? Obviamente no primando la de él sino aprovechar un poco esa guía.
W.O:
Yo creo que es más un hilo secreto de la narración.
MANOLO:
Exacto. Eso en teatro lo llamamos la cocina.
W.O:
Yo creo que sobretodo debe servir para llenar de contenido emocional el relato. Ahora, yo sinceramente creo que si bien Bolívar es muy importante en esta historia, y está en el centro de todo, se necesita el entorno, el entorno humano y el entorno natural. Yo muy difícilmente lo veo solo en el escenario. A no ser que se lograra encontrar en la música y en el lenguaje todo ese complemento. Yo no sé si tú viste la obra del nieto de Chaplin que presentaron en París.
MANOLO:
He oído hablar de ella, pero no.
W.O:
Es una belleza. Porque es un tipo prácticamente solo, con un par de actrices que ambientan ciertas situaciones, pero el hombre está solo en el escenario y le hace sentir a uno que acaba de atravesar un mundo. Claro, con mucho decorado y con muchas cosas, objetos, grúas, y cosas hermosas que pasan por allí. Pero sobre todo logra dramatizar con su cuerpo, proyectar un mundo maravillosamente. Entonces yo sí creo que ese Bolívar que se llamaba a sí mismo “El hombre de las dificultades”, pueda trasmitir en su acción misma, a veces ni siquiera en su palabras sino en su acción misma, toda la intensidad de ese destino, el fuego, la pasión, la lucidez, la inteligencia, la generosidad, la terquedad, la capacidad de sobreponerse a las derrotas. Un personaje que cuando lo derriban saca de la tierra misma la fuerza para levantarse de nuevo, y da el salto. Entonces yo creo que el personaje si tiene que ser muy importante, tiene que estar siempre centrando la acción, pero hay que hacer sentir, porque de eso depende la importancia de la obra, tanto para los europeos como para los americanos, cuál fue, más allá de su contenido heroico, la grandeza de sus acciones para la historia. Y sobre todo hay que hacerles sentir a los franceses y a los europeos que es verdad, que cuando Bolívar decía que Napoleón era un usurpador y un traidor, y que había traicionado el ideal de la Revolución Francesa y de la República y de la Democracia, porque había escogido el camino de ser Emperador, al mismo tiempo eso era para Bolívar una gran noticia. Porque significaba que había dejado para otro el título de Libertador de las naciones, que es un título mucho más admirable históricamente. Una historiadora francesa escribió un libro para comparar a Bolívar y a Napoleón, y para demostrar que la aventura de Bolívar era más grande que la aventura de Napoleón. Que Napoleón había sido un rey, como tantos reyes que ha habido, pero que no había liberado pueblos. Bolívar en cambio había construido naciones de la nada, había sacado naciones como un mago del sombrero. Ese debate es interesante también. Entonces, bueno, vamos a ver cómo avanza todo esto.
MANOLO:
¿Entonces estás más o menos decido por estas tres líneas ya?
W.O:
No. Hasta ahora. Yo sigo leyendo
MANOLO:
¿Tú qué más estás leyendo?
W.O:
Yo he leído, sobre todo, la biografía de Masur, pero también la de Emil Ludwig y la de Indalecio Liévano. Y empecé a escribir un ensayo, que está menos orientado a la obra propiamente, que a clarificar para mí mismo una visión de Bolívar. A formarme un concepto de Bolívar que nos ayude a definir estas cosas.
MANOLO:
Un trabajo de personaje estás haciendo.
W.O:
Y también es un ejercicio literario. He tratado de darle forma literaria a ese ensayo (forma literaria que tendrá muy poco utilidad para la obra) pero que sí puede tener utilidad para clarificar elementos e ideas.
MANOLO:
¿Quién sabe? De pronto no. ¿Sabes? Yo acabo de ver en el computador unas cartas de Bolívar a Sucre, o en general, un libro epistolar.
W.O:
Tengo la correspondencia de Bolívar. Yo tengo aquí diez tomos de la correspondencia. Y ayer estaba leyendo una nota genealógica, en alguna parte de Internet, y me encontré con una mención de Las Ibáñez. Yo no he leído el libro de Las Ibáñez que escribió Próspero Morales. No sabía mucho de ellas. Lo que alcancé a leer esta mañana, sobre Las Ibáñez, me gustó mucho, porque había una muchacha Bernardina Ibáñez, de la que Bolívar prácticamente se enamoró cuando pasó por aquí después de la batalla de Boyacá. Mejor dicho, ella fue una de las veinte muchachas vestidas de blanco que recibieron a Bolívar en Santafé cuando llegó de la Batalla de Boyacá, en medio de las lluvias de flores y todo eso. Y él, entre todo eso, la vio a ella. Y había un fragmento de una carta que Bolívar le mandó: la he estado buscando en su correspondencia pero no la he encontrado, hay solo la versión en Internet. Pero parecía dispuesto a dar el mundo por ella. Después fue muy influyente; terminó casada con un presidente de la republica: Florentino González, y siendo la abuela de José Eusebio Caro, es decir, la bisabuela de Miguel Antonio Caro, quien hizo la Constitución del ochenta y seis. Una mujer muy influyente en la historia del país. Pero lo que vio Bolívar fue una aparición celestial, porque parece que esa muchacha era divina. Entonces todo está sazonado de eso por el camino…
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miércoles, 21 de octubre de 2009
"Bitácora" Por William Ospina Segunda Parte
Desde el primer momento, Omar Porras ha tenido la idea de que el espectáculo sobre Bolívar tendrá un importante contenido musical. A partir del momento en que empezamos a hablar de Bolívar y del significado de su gesta, el elemento musical va ganando espacio en los diálogos. Pensamos que en la América Latina la música no es algo añadido a la existencia, sino una fuerza vital: los pueblos viven musicalmente, y en sus primeros tiempos toda nuestra canción popular tiene un marcado componente narrativo. Tanto los corridos mexicanos como los tangos argentinos, los sones cubanos y los valsecitos criollos peruanos al comienzo contaban historias. Se diría que la Revolución Mexicana puede seguirse, episodio tras episodio, en los corridos que relatan lo mismo las hazañas y las desgracias de los grandes personajes que la vida del pueblo, y los rumores y leyendas que tomaron vida en esos hechos históricos.
Los dos ámbitos musicales que más podemos identificar con Bolívar, la música de los llanos del Orinoco que hoy se expresan en pasajes, joropos y pajarillos con muchas variantes instrumentales, y la música popular de los campesinos caribeños, expresada en cumbias, porros, puyas y canciones vallenatas, nacieron contando historias.
Ante la posibilidad de que haya músicos en el escenario, Omar Porras, fiel a su estética, concibió el proyecto de explorar y estimular las capacidades histriónicas de los músicos populares o despertarlas, y de allí nació la idea de realizar un taller con músicos llaneros y vallenatos. Cuando pensamos dónde hacerlo, ningún espacio nos pareció tan conveniente como la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde pasó Bolívar sus últimos días y donde murió el 17 de diciembre de 1830.
En su siguiente venida al país: Omar Porras y Manolo Orjuela realizaron dos viajes para entrevistar músicos populares: uno a Valledupar, donde reunieron a numerosos cultores de música vallenata, y otro a Villavicencio. Este segundo viaje se vio interrumpido por la lamentable muerte de Fanny Mikey. Había sido precisamente Fanny, su asistente por ese entonces en el Festival Iberoamericano de Teatro, Clarisa Ruiz, quien cursó la primera invitación al Teatro Malandro de Suiza para participar en el Festival, y logró con ello el primer retorno de Omar Porras a su tierra de origen, después de veinticinco años de ausencia, para presentar la obra “Ay, Quijote”.
Con la presencia del equipo coordinador del teatro Malandro de Ginebra, Suiza, Omar Porras, su asistente Manolo Orjuela, el escritor William Ospina, y la coordinación del Ministerio de Cultura, finalmente, en la última semana de septiembre de 2008 se realizó el taller en Santa Marta.
De todos los escenarios históricos que recuerdan nuestra Independencia, tal vez ninguno está mejor conservado que la Quinta de San Pedro Alejandrino. Tanto sus construcciones históricas como los espacios que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo trasmiten una sensación profunda de dignidad y de belleza. Los grandes árboles centenarios dan la impresión de ser los mismos árboles donde suspendía su hamaca el Libertador hace dos siglos, y los amplios jardines, llenos de pájaros y de cantos de pájaros, que a veces cruzan las iguanas a paso lento, son visitados sin fin por escolares y turistas que ven en esta Quinta uno de los templos de la Libertad del continente.
El monumento del recinto central es copia exacta de otro que se hundió en el mar hace más de un siglo, de modo que Bolívar tiene dos monumentos idénticos de mármol, uno en la Quinta de San Pedro Alejandrino y otro en el fondo del Atlántico.
El sol, la brisa, el silencio, la amplitud de los jardines, la blancura de los muros, todo fue propicio para el trabajo de creación, y el recuerdo de aquellos días en que Bolívar se despidió de sus campañas y de sus naciones recién liberadas le daba un clima conmovedor a nuestros ejercicios.
La bella quinta existe desde hace por lo menos tres siglos, pero ha perdido la huella de todos sus dueños y habitantes. Sólo está consagrada al recuerdo de un hombre que pasó aquí apenas los últimos diez días de su vida. Este hecho basta para medir la dimensión mitológica de Bolívar, su exaltación a una dimensión de leyenda por parte de sus propios contemporáneos, leyenda que, por cierto, no ha abandonado la posteridad.
Durante una semana se realizó el taller en San Pedro Alejandrino. La selección había sido muy interesante, y desde el primer momento se procuró que los músicos entraran en el escenario, y a través de máscaras asumieran papeles, dejaran salir al personaje que la máscara les revelara. Los resultados, la mayor parte de las veces nos demostraron que hay una tendencia natural a la actuación en muchos músicos populares. No sólo en los jóvenes, que tienen la tentación del espectáculo, pero también muchos músicos mayores tienen ya una relación con el escenario, y con el público. Hubo primero un taller de rutina básica como los que realiza Omar con sus actores en Europa. La actitud y la conciencia del cuerpo, la atención profunda a los dictados del personaje, y la búsqueda de que el actor desaparezca y el personaje ocupe todo el espacio de su ser durante la actuación. Hicieron varios ejercicios de improvisación, empezando por la escogencia de las máscaras y las instrucciones sobre el cuidado básico que hay que tener con ellas.
La presencia de las máscaras en el teatro es antiquísima, pero en cada tradición teatral han llegado a ocupar un lugar singular. Las máscaras de los espectáculos de Omar Porras, que se hacen siempre a partir de la experiencia de los actores y de la construcción de los personajes, se inspiran en distintas tradiciones, tanto europeas, sobre todo de la Comedia dell arte italiana, como asiáticas, de las danzas ceremoniales de Bali, representan también todo un trabajo de artesanía. A lo largo de aquellos días no sólo vimos en acción la tradición musical de dos regiones de Colombia, a veces con cultores muy jóvenes y talentosos, sino que vimos nacer actores que ni siquiera sospechaban que lo eran, y vivimos momentos de gran creatividad y de compromiso con el arte en personas de muy distintas edades y procedencias. Sólo unos cuantos de estos músicos serían escogidos al final, pero para todos representó sin duda una experiencia valiosa en su carrera el haber accedido a un taller de actuación con uno de los mejores directores contemporáneos de Europa, que hacía un alto en su trabajo de dirección de espectáculos teatrales en Suiza y en Francia, y de puesta en escena de grandes óperas en distintos lugares del mundo, para trabajar con los músicos de su tierra.
Pero el trabajo también consistió en la construcción de ensambles musicales dirigidos por Erick, gran conocedor de la tradición musical colombiana y latinoamericana, quien a veces, a partir de canciones conocidas, o de melodías simples, condujo a todo el grupo de músicos en escena a momentos de gran entendimiento y coordinación. El ejercicio consistía en ir acordando instrumentos y voces, tejer variaciones sobre ellos, aproximar incluso las tradiciones de los laneros y de los vallenatos, y producir también fusiones nuevas. El escenario era propicio, y por momentos hasta la naturaleza alrededor pareció contagiarse del espíritu de esos experimentos artísticos. Hubo un momento especialmente mágico, cuando el crecendo de las voces y de los instrumentos iba alcanzando una determinada tonalidad, y de repente el sonido de las chicharras pareció sumarse en el tono adecuado a la música y poner a vibrar todo en el mismo registro.
Fueron tantos los logros y los avances en ese primer experimento, que cuando al terminar la semana la Ministra de Cultura Maria Paula Moreno y la directora de Arte de Ministerio Clarisa Ruiz, llegaron a Santa Marta para ver la conclusión del Taller, les costaba creer que aquellas personas que estaban en el escenario no hubieran actuado nunca antes de ese taller.
Los dos ámbitos musicales que más podemos identificar con Bolívar, la música de los llanos del Orinoco que hoy se expresan en pasajes, joropos y pajarillos con muchas variantes instrumentales, y la música popular de los campesinos caribeños, expresada en cumbias, porros, puyas y canciones vallenatas, nacieron contando historias.
Ante la posibilidad de que haya músicos en el escenario, Omar Porras, fiel a su estética, concibió el proyecto de explorar y estimular las capacidades histriónicas de los músicos populares o despertarlas, y de allí nació la idea de realizar un taller con músicos llaneros y vallenatos. Cuando pensamos dónde hacerlo, ningún espacio nos pareció tan conveniente como la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde pasó Bolívar sus últimos días y donde murió el 17 de diciembre de 1830.
En su siguiente venida al país: Omar Porras y Manolo Orjuela realizaron dos viajes para entrevistar músicos populares: uno a Valledupar, donde reunieron a numerosos cultores de música vallenata, y otro a Villavicencio. Este segundo viaje se vio interrumpido por la lamentable muerte de Fanny Mikey. Había sido precisamente Fanny, su asistente por ese entonces en el Festival Iberoamericano de Teatro, Clarisa Ruiz, quien cursó la primera invitación al Teatro Malandro de Suiza para participar en el Festival, y logró con ello el primer retorno de Omar Porras a su tierra de origen, después de veinticinco años de ausencia, para presentar la obra “Ay, Quijote”.
Con la presencia del equipo coordinador del teatro Malandro de Ginebra, Suiza, Omar Porras, su asistente Manolo Orjuela, el escritor William Ospina, y la coordinación del Ministerio de Cultura, finalmente, en la última semana de septiembre de 2008 se realizó el taller en Santa Marta.
De todos los escenarios históricos que recuerdan nuestra Independencia, tal vez ninguno está mejor conservado que la Quinta de San Pedro Alejandrino. Tanto sus construcciones históricas como los espacios que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo trasmiten una sensación profunda de dignidad y de belleza. Los grandes árboles centenarios dan la impresión de ser los mismos árboles donde suspendía su hamaca el Libertador hace dos siglos, y los amplios jardines, llenos de pájaros y de cantos de pájaros, que a veces cruzan las iguanas a paso lento, son visitados sin fin por escolares y turistas que ven en esta Quinta uno de los templos de la Libertad del continente.
El monumento del recinto central es copia exacta de otro que se hundió en el mar hace más de un siglo, de modo que Bolívar tiene dos monumentos idénticos de mármol, uno en la Quinta de San Pedro Alejandrino y otro en el fondo del Atlántico.
El sol, la brisa, el silencio, la amplitud de los jardines, la blancura de los muros, todo fue propicio para el trabajo de creación, y el recuerdo de aquellos días en que Bolívar se despidió de sus campañas y de sus naciones recién liberadas le daba un clima conmovedor a nuestros ejercicios.
La bella quinta existe desde hace por lo menos tres siglos, pero ha perdido la huella de todos sus dueños y habitantes. Sólo está consagrada al recuerdo de un hombre que pasó aquí apenas los últimos diez días de su vida. Este hecho basta para medir la dimensión mitológica de Bolívar, su exaltación a una dimensión de leyenda por parte de sus propios contemporáneos, leyenda que, por cierto, no ha abandonado la posteridad.
Durante una semana se realizó el taller en San Pedro Alejandrino. La selección había sido muy interesante, y desde el primer momento se procuró que los músicos entraran en el escenario, y a través de máscaras asumieran papeles, dejaran salir al personaje que la máscara les revelara. Los resultados, la mayor parte de las veces nos demostraron que hay una tendencia natural a la actuación en muchos músicos populares. No sólo en los jóvenes, que tienen la tentación del espectáculo, pero también muchos músicos mayores tienen ya una relación con el escenario, y con el público. Hubo primero un taller de rutina básica como los que realiza Omar con sus actores en Europa. La actitud y la conciencia del cuerpo, la atención profunda a los dictados del personaje, y la búsqueda de que el actor desaparezca y el personaje ocupe todo el espacio de su ser durante la actuación. Hicieron varios ejercicios de improvisación, empezando por la escogencia de las máscaras y las instrucciones sobre el cuidado básico que hay que tener con ellas.
La presencia de las máscaras en el teatro es antiquísima, pero en cada tradición teatral han llegado a ocupar un lugar singular. Las máscaras de los espectáculos de Omar Porras, que se hacen siempre a partir de la experiencia de los actores y de la construcción de los personajes, se inspiran en distintas tradiciones, tanto europeas, sobre todo de la Comedia dell arte italiana, como asiáticas, de las danzas ceremoniales de Bali, representan también todo un trabajo de artesanía. A lo largo de aquellos días no sólo vimos en acción la tradición musical de dos regiones de Colombia, a veces con cultores muy jóvenes y talentosos, sino que vimos nacer actores que ni siquiera sospechaban que lo eran, y vivimos momentos de gran creatividad y de compromiso con el arte en personas de muy distintas edades y procedencias. Sólo unos cuantos de estos músicos serían escogidos al final, pero para todos representó sin duda una experiencia valiosa en su carrera el haber accedido a un taller de actuación con uno de los mejores directores contemporáneos de Europa, que hacía un alto en su trabajo de dirección de espectáculos teatrales en Suiza y en Francia, y de puesta en escena de grandes óperas en distintos lugares del mundo, para trabajar con los músicos de su tierra.
Pero el trabajo también consistió en la construcción de ensambles musicales dirigidos por Erick, gran conocedor de la tradición musical colombiana y latinoamericana, quien a veces, a partir de canciones conocidas, o de melodías simples, condujo a todo el grupo de músicos en escena a momentos de gran entendimiento y coordinación. El ejercicio consistía en ir acordando instrumentos y voces, tejer variaciones sobre ellos, aproximar incluso las tradiciones de los laneros y de los vallenatos, y producir también fusiones nuevas. El escenario era propicio, y por momentos hasta la naturaleza alrededor pareció contagiarse del espíritu de esos experimentos artísticos. Hubo un momento especialmente mágico, cuando el crecendo de las voces y de los instrumentos iba alcanzando una determinada tonalidad, y de repente el sonido de las chicharras pareció sumarse en el tono adecuado a la música y poner a vibrar todo en el mismo registro.
Fueron tantos los logros y los avances en ese primer experimento, que cuando al terminar la semana la Ministra de Cultura Maria Paula Moreno y la directora de Arte de Ministerio Clarisa Ruiz, llegaron a Santa Marta para ver la conclusión del Taller, les costaba creer que aquellas personas que estaban en el escenario no hubieran actuado nunca antes de ese taller.
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