Una de nuestras primeras conversaciones con Omar Porras giró sobre el general desconocimiento de Bolívar por parte de las nuevas generaciones. Bolívar se ha convertido en una estatua, y yo creo, le dije, que es necesario devolverle su condición de ser viviente. Recordé los versos de Rubén Darío sobre el modo como nos hemos olvidado de lo que fue Grecia, por acostumbrarnos a verla como un montón de mármoles. En mi jardín se vio una estatua bella/ se juzgó mármol y era carne viva. Una primera posibilidad sería la de mostrar a Bolívar como una estatua, y lograr que la estatua cobre vida en el escenario, o que se desintegre en una serie de elementos que después cumplirán un papel en la narración de las aventuras del héroe. Hablamos también del modo como podrían representarse las batallas. Hay posibilidades abstractas y simbólicas, nos dijimos. No eran aquellas unas batallas sólo entre ejércitos europeos y ejércitos americanos sino entre dos mundos y sus representaciones imaginarias. Yo siento, le dije a Omar, que hay que tener una intensa presencia de la naturaleza, no sólo porque en la campaña libertadora de estas regiones de América la naturaleza jugó un papel fundamental, sino porque el ejercicio científico y estético de reconocimiento de la naturaleza americana que realizaron los sabios y pintores de la Expedición Botánica de la Nueva Granada, fue fundamental para llenar de orgullo y de ansia de libertad a las generaciones Ilustradas que hicieron la Independencia. Esto nos llevó a explorar las ediciones de las láminas de la Expedición Botánica, y Omar concibió la posibilidad de que en las representaciones de las batallas pudiéramos ver a los ejércitos americanos como fusionados o confundidos con la naturaleza, como si enfrentaran la metralla y los cañones de los españoles con un arsenal de lanzas vegetales, de flores que revientan y de semillas que estallan arrojando sus granos.
Al mismo tiempo examinábamos las posibilidades que se abrían a la narración con la presencia de los músicos en el escenario. Y así fuero saliendo las primeras tareas. La más importante, profundizar en el conocimiento del personaje, y en el establecimiento de los episodios más convenientes para la narración. Lo mismo en nuestros encuentros personales como en conversaciones telefónicas entre Colombia y Suiza, exploramos posibilidades. Teníamos las obras biográficas sobre el Libertador, los documentos de quienes lo conocieron, las obras escritas por él, discursos, proclamas y constituciones, y finalmente su copiosa correspondencia, que tanto ayuda a imaginar al personaje. Así creíamos ir viendo aparecer la obra en la distancia, pero no ignorábamos, aunque en rigor tampoco presentíamos, las complejidades que la obra nos iba a plantear, a medida que fuéramos conociendo al personaje y adentrándonos en su experiencia.
Una de las primeras fue el descubrimiento de que la vida de Bolívar es una sucesión de episodios todos necesarios y todos brillantes. Ya su infancia y su adolescencia nos dejan ver a un personaje excepcional. Después viene el proceso de su formación, la influencia a través de su maestro de las grandes ideas de su tiempo, y después su contacto personal con el mundo europeo, con la corte española, con la revolución francesa, con los sueños de la libertad y de la República. Cada uno de esos episodios daría para una obra entera, el descubrimiento en Paris de su vocación libertadora, las primeras derrotas, el enfrentamiento con sus propios hombres, el fusilamiento de Piar, la campaña triunfal por el Orinoco, el Congreso de Angostura, la súbita inspiración casi demencial de cruzar la cordillera y caer sobre los españoles en la Nueva Granada, el armisticio, la sucesión de las batallas, sus complejas y cambiantes relaciones con Santander, su delirio sobre el Chimborazo, el encuentro en Ecuador con todo el poder y con todo el amor, las grandes batallas del sur, la formación de las repúblicas, su relación con Sucre, la tentación de la dictadura, el choque con sus generales, el sentimiento de incomprensión y de derrota, la melancolía final, la muerte de Sucre, el descenso por el río, la agonía, lo que ocurrió a su muerte con su memoria.
Ante una tal abundancia la siguiente tarea no es ya la del acopio de información sino una de selección y de síntesis. Dado que no puede contarse todo, decidir qué es lo que necesariamente hay que contar; y cada decisión va modificando en mayor o menor grado la percepción del proyecto. Empezamos a advertir que al comienzo el proyecto es decenas de proyectos distintos, todos los lenguajes son posibles, todos los episodios son narrables, todos los tonos son utilizables, el escenario es un universo de posibilidades, el personajes una multitud, la perspectiva de la narración múltiple. Viene la etapa de selección y de voluntaria renuncia. Hay que afinar los sentidos porque es la obra la que debe hablar, la que debe dictar su propia verdad, su anécdota, su tono y su ritmo. Más que asumirnos como inventores de un relato, tenemos que ser los primeros oyentes de un relato que está en la vida de Bolívar pero también en las vibraciones de nuestra época. Porque no sólo estamos hablando de alguien sino hablándoles a unas personas: importa saber, o adivinar, qué saben y qué necesitan saber.
Así, en un momento del proceso, nos reunimos Manolo Oruela y William Ospina, a intercambiar un poco nuestras percepciones del proceso, y a contarnos recíprocamente lo que hemos hablado con el director. Este fue el diálogo:
DIÁLOGO DE MANOLO ORJUELA Y WILLIAM OSPINA
MANOLO:
Ahora estaba leyendo este libro de Gerhard Masur, voy por la mitad y me lo recomendaste tú.
W.O:
Si. ¿Qué edición?
MANOLO:
Una que conseguimos en la “Merlín”
W.O:
Está bueno. Es de “Circulo de Lectores” Es muy bueno este libro.
MANOLO:
Y bueno, (Omar) solamente me botó esa idea hablando un día por teléfono. No estaba pensando ya en tantas personas. Incluso hace poco estuvimos hablando con él y me decía que incluso se imaginaba un espacio donde tal vez el único personaje era Bolívar y que -así como él bota ideas- se imaginaba a Santander como un contorsionista, a las mujeres que sedujo o que sedujeron a Bolívar como bailarinas. Empezó a botarme bastantes ideas formales sobre el mundo que estaba imaginando entorno a un solo ser. Eso es más o menos. Sigue insistiendo en los músicos, si. En que sea una cosa festiva. ¿Qué más? No. Eso como que oído hablarle en estos últimos días.
W.O:
Él me estuvo diciendo, el día que conversamos, que a veces se le antojaba la imagen de un personaje solo en el escenario, y que a veces incluso se le antojaba vestido a la moderna, con saco y corbata, frente a un micrófono.
MANOLO:
Eso también me dijo.
W.O:
Como empezando a recapitular todas esas cosas. También tratando de establecer una alianza entre el personaje que fue Bolívar hace unos siglos y el hombre de hoy. Se estaba preguntando si los hechos, las transformaciones del espacio, los diálogos, las escenas de amor, no podrían resolverse de una manera más contemporánea. Estaba pensando en un camino experimental y llegó a considerar incluso renunciar a los recursos tradicionales de su estilo en su compañía y construir otras cosas.
MANOLO:
Trabajar con un video-artista inclusive….
W.O:
Eso significa que está abierto a todas las posibilidades. No quiere negarse ninguna de entrada, no quiere aferrarse de entrada ni siquiera a su lenguaje de máscaras.
MANOLO:
Maravilloso. El incluso me propuso que le diera una idea. La idea que a mí se me ocurriera, sobre cómo yo veía este montaje, también la quería escuchar. En realidad si está abierto a muchas posibilidades. ¿Qué más? La última vez que hablamos… no sé si te habló de un armario viejo…
W.O:
No. (Risas)
MANOLO:
Claro que era basado un poco en la idea de Humboldt. ¿No? Humboldt se le había pasado por la cabeza y lo puso a imaginar un armario, un escaparate viejo pero que dejara una sensación de moderno, en donde tal vez este protagonista, este personaje abría. Y ese cajón se convertía en una especie de revelación de cierta época suya, de una época científica, o de una época amorosa, o de una época de conflicto consigo mismo ¿qué sé yo? También me mencionó esa idea. A mí la que más me ha llamado la atención, porque siempre me ha gustado trabajar así -porque eso es vital- es preguntarnos qué tan capaces somos de dar a entender la vigencia que tiene el conflicto que afrontó Bolívar, que de verdad no tiene para mí mucha diferencia con el conflicto que se sigue viviendo, sobre todo en nuestra nación. Me parecen increíbles las páginas que leo; y el autor hace ver muy bien eso allí, porque él está escribiendo con un fin. ¿Qué es lo que les está pasando a estas naciones? ¿Por qué les está pasando ahora lo mismo que pasaba hace doscientos años, o hace sesenta cuando él lo escribió? Y hay puntos magníficos. No sé si tú has leído sobre la rebelión de los llaneros. Es una cosa que no yo sabía, que además es muy sencilla y que me gustó muchísimo. Un capitulo sobre la región y los llaneros: cómo eran los llaneros de esa época; que era un pueblo nómada, un pueblo que en realidad nunca estuvo bajo el poder español y que terminó luchando a favor de la empresa realista, cuando los tomó Boves desde Venezuela. Los tomó, los aprovechó y ellos lucharon contra el ejército patriota. Y en el ejército patriota a la vez había una cantidad de españoles que estaban a favor de la causa. Aventureros o gente que se sentía ya, que se sentía ya… mejor dicho, la batalla era tan ambigua, tan plural, tan confusa, algo muy parecido a lo que sigue sucediendo aquí, de alguna manera. ¿No? Eso me pareció interesantísimo. Incluso él evoca un pintor que trataba de plasmar la guerra independentista. Creo que había escenas donde caballos luchaban contra caballos y hombres contra sí mismos. Era ya una cosa, un enredo, que nadie podía entender. Ya todos como luchando consigo mismos.
W.O:
Hay momentos de unas imágenes impresionantes. Por ejemplo los asedios de Páez a las tropas de Morillo. Son llaneros que conocen muy bien los suelos del Llano. Se les aparecen a las tropas de Morillo y se lanzan en carrera. Las tropas de Morillo vienen a perseguirlos, éstos saben muy bien cómo esquivarlos, y los hunden en los pantanos y los ahogan. Ahogan ejércitos enteros en las ciénagas. Esa imagen es impresionante.
MANOLO:
Era un ejercito que no necesitaba… ellos ya venían armados. Ya llevaban la lanza, la tenían ellos. El fuete, el rejo. Eran centauros. La indumentaria. Todo era a cambio de saquear la región a donde llegaban. Bolívar le pagaba a su ejército. Buscaba la manera de encontrar armamento. En este sector obviamente no había industria para generar armamento. Tal vez encontraba las municiones pero tenía que importarlas. ¿No sé por qué se les decía “infantería” a ellos?
W.O:
Generalmente la infantería son los que van a pie.
MANOLO:
¿Y de dónde viene la palabra infantería?
W.O:
No sé por qué los llaman infantería. Hay jinetes y hay infantería. A pie.
MANOLO:
Estos estaban montados a caballo y obviamente la ventaja era brutal, ¿no?
W.O:
Los lanceros eran impresionantes. Yo, a lo largo de este tiempo concebí dos cosas distintas.
En algún momento me dio por imaginarme una pieza de teatro -cosa que no es lo que yo quiero ni mucho menos-. Una pieza de teatro en la cual en una noche borrascosa (esto no se lo he contado a Omar, te lo cuento a tí porque es la manera también de contármelo a mí mismo). En una noche borrascosa de lluvia llega un hombre que viene a caballo o se acaba de bajar del caballo, bajo un puente a guarecerse de la lluvia. Es un puente en arco, un puente de ladrillos. Y él llega allí. Está el aguacero y están los relámpagos y todo allá atrás. Pasa un arroyo por allí, más abajo, una cañada. El tipo llega, y está guareciéndose de la lluvia, cuando advierte que hay alguien más. Es un muchacho relativamente joven (el que acaba de llegar) y advierte que hay alguien más bajo el puente. Hay un anciano bajo el puente. Está allí, sentado, guareciéndose de la lluvia también, en la oscuridad, y se ve a veces por los relámpagos. Finalmente el personaje, (el viejo que está guareciéndose bajo la lluvia) tiene como recelo del que llegó. Pero cuando ve que el tipo simplemente se está protegiendo de la lluvia, termina conversando con él y le pregunta al muchacho quién es. El muchacho empieza a contarle que acaba de llegar a Santafé. Viene del Sur, viene viajando desde hace mucho tiempo, desde Quito, y ha parado en distintos sitios, y ahora ha llegado a Bogotá. Venía con otra gente, pero se separó llegando a la ciudad. Lo cogió la noche, y el aguacero, y entonces tuvo que guarecerse allí. Y el personaje viejito le pregunta qué viene a buscar. Él responde que quiere una posada y no sé qué, pero sobre todo que quiere conocer a Bolívar. O sea que esto ocurre en tiempos en que Bolívar está en Santafé. El anciano le pregunta por qué quiere conocerlo. Y el muchacho, que sabe mucho de Bolívar, que es un gran admirador de Bolívar y viene siguiendo sus huellas, después de que Bolívar ha triunfado en el Perú, en Bolivia, en Ecuador, en todas esas partes, dice que ha venido hasta aquí para ponerse a su disposición, para ofrecerse como guardia de cuerpo, o como escolta o centinela. Quiere dedicarle la vida a su personaje. El anciano entonces le pregunta cosas de Bolívar y el muchacho, que lo sabe todo, empieza a narrarle las historias de Bolívar. Cómo llegó, cómo luchó, cómo fue lo de Venezuela, lo del Orinoco, lo de la Nueva Granada. Y todo lo que el muchacho está contando empieza a ocurrir encima del puente, allá arriba. Las escenas, las circunstancias. Las cosas pasan allá, encima del puente, y aquí, debajo de ese arco, están los dos personajes, que son los narradores: el muchacho que está contando las historias de Bolívar, a quien viene apenas a conocer, cuya leyenda conoce toda porque es un joven enterado de todo lo que ha pasado en el continente, y el anciano, que le ha preguntado por qué quiere conocerlo. El muchacho le pinta pues, un retrato glorioso del Bolívar triunfador de todas esas batallas, convertido prácticamente en un rey, cubierto de guirnaldas y de coronas, rodeado de mujeres hermosas, toda esa gloria que describen los biógrafos. Sabe que acaba de volver a Santafé ya, después de que han expulsado a los españoles y todo eso. Y tiene a Bolívar tan endiosado como lo tienen todos ellos. Bolívar prácticamente es Júpiter. Pero todo esto es la manera como podemos mirar la historia de Bolívar allá arriba sobre el puente, para conducir al desenlace. Al final del relato el anciano le revela que él es Bolívar, y que está allí, refugiado, bajo el puente, porque lo iban a matar esa noche en una casa, de donde saltó por la ventana, y le revela que esa leyenda gloriosa que él ha visto (que es cierta, por supuesto), ahora no es más que una ilusión porque hasta sus propios amigos lo quieren matar, porque ya toda su gloria se ha echado a perder, y él está inclusive tosiendo y enfermo. Entonces está el contraste entre esos dos Bolívares: el de arriba, triunfador, glorioso y todo eso. Y este Bolívar escondido toda una noche –porque Bolívar pasó toda esa noche debajo de un puente cuando se tuvo que arrojar por la ventana. Yo creo que es una historia interesante.
MANOLO:
Mira que hay (bueno, no es para nada parecida, pero me recordó la de “El último rostro” de Mutis). ¿Tu has oído de ese cuento? Por que Pawel Nowicki hizo una adaptación para teatro. Yo participe en ese montaje como asistente técnico. Y es un coronel, el coronel Napiersky. Un joven de 19 o 20 años que viene atravesando el océano, es un polaco -por eso le llamó tanto la atención la historia de él- que viene a continuar la lucha que unirá a los países en “La gran Colombia” y todo esto. Y cuando él llega, por fin encuentra a Bolívar, lo encuentra en la Quinta de San Pedro, ya en las últimas. Pero nunca esperaba encontrarse eso. Y él ve al libertador, arriba en un dormitorio, pero baja y solamente el tiempo narrativo se sucede con su servidumbre. El coronel está con él hasta que muere. Y viene a reflexionar sobre las conversaciones que ha tenido con Bolívar arriba, en su lecho de muerte. Pero no anecdotiza, simplemente reflexiona. Esa también es bien bonita… y él hizo una adaptación para teatro de ese cuento. Es un relato de Mutis. Pero esta base argumental está muy buena
W.O:
Sí. Yo creo que sí, porque permite mostrar las dos caras del personaje, toda la gloria, las hazañas, y toda la imaginería que uno pueda construir allá arriba, y manejar eso también en dos tiempos. El tiempo de la luz y el tiempo de la tiniebla, de la noche, de la oscuridad, de la lluvia. Además está el joven contándole la historia al viejo sin saber que es el mismo Bolívar oyendo su propia historia. Eso se me ocurrió. Me pareció interesante para contárselo a Omar un día.
Lo otro es que cuando estuvimos hablando, yo le conté de tres momentos que me parece que -a partir de la biografía de Masur sobre todo, y de otras cosas que leí por ahí- son tres momentos muy importantes de la vida de Bolívar, que podrían marcar tres momentos de la obra también. El primero que es el momento en que se define el destino de Bolívar como Libertador, y es cuando llega a Francia. Primero se había casado con esa muchacha española y enviudó. Entonces se quedó sin proyecto de vida. Un hombre rico que quería vivir en su hacienda con su esposa y sus hijitos. Se muere la esposa y él se devuelve para Europa viudo y sin rumbo la vida. Y la llegada de él, no a Madrid, sino inmediatamente después, a Paris, es el ingreso en otro mundo. En el aire flotan las ideas de la revolución. Está Napoleón a punto de coronarse en Notre Dame, Bolívar recibe la invitación para ir a la coronación, rasga la invitación por que no quiere verlo, porque le parece un traidor, pero finalmente va a la coronación, se desliza entre el pueblo, y ve la coronación desde la muchedumbre.
MANOLO:
Le queda gustando.
W.O:
Queda lleno de ansias de gloria. Él odia a Napoleón porque lo considera un traidor a la causa de la república, Pero… semejante gloria. Él queda sediento de una gloria similar. Había un millón de personas aplaudiendo a Napoleón por las calles.
MANOLO:
Espectáculos tan masivos en ese entonces no eran tantos.
W.O:
Un millón de personas era mucha gente. Y cómo, inmediatamente después, en el salón de su prima Fanny, en Paris, que es el salón de los jóvenes dandys, se encuentra con un personaje alemán que es Humboldt. Y el relato que trae Humboldt de la América por la que acaba de viajar, la exuberancia de la naturaleza, de la riqueza, de los minerales, de las minas, de la gente misma, le conmociona totalmente a Bolívar las ideas que tenía de su propio mundo. El sabía que es un mundo muy interesante, pero no se le había ocurrido jamás pensar que fuera un mundo tan deslumbrante, porque Humboldt ha visto más en tres años de lo que vieron los españoles en tres siglos en América.
MANOLO:
Y es la mirada del que está afuera.
W.O:
Humboldt le revela ese mundo americano. Y para colmo, al final Humboldt le dice que América lo único que necesita es la Independencia, y Bolívar mira, y le pregunta: “¿Pero usted cree que América está en condiciones de independizarse?”. Y Humboldt le dice en un gesto que a mí me parece que marca, que señala el destino de Bolívar, le dice, seguramente mirándolo: “Sí, América está madura para la Independencia, pero yo francamente no veo quién podría ser el que dirija ese proceso”. Eso le quedó a Bolívar clavado como una espina. Me parece que es el momento en que se define su vocación. Pero fuera de eso, después reaparece su viejo maestro, que es su joven maestro, Simón Rodríguez, quien lo agarra y lo zarandea: “¿Esto es lo que yo le enseñé a usted? Usted es un hombre que se crió leyendo a Rousseau y leyendo a Voltaire, lo puse a leer a todos esos hombres ¿y ahora lo único que hace es vivir en la disipación y en la parranda y en los amoríos y todo eso? ¿Y dónde está la disciplina y dónde está la vocación, dónde está el sueño de la libertad?” Y lo reorienta otra vez, y lo reeduca prácticamente, somete a Simón Bolívar a un programa de reeducación, y un primer paso, -después de esa vida muelle y libertina de Paris- es que se lo lleva de viaje a pie por los Alpes para templar la voluntad y el cuerpo. Después se van para Italia a cabalgar y es allá donde hace el juramento del Monte Sacro. Y se encuentran con Humboldt de nuevo, que viene de unas excavaciones en el Vesubio, y empiezan a cabalgar juntos, paseando por las campiñas italianas, y ya hablando de la libertad de América, ya Bolívar completamente decidido.
Ese es un primer momento que me parece que definió mucho el destino de Bolívar y que le dio su vocación de Libertador. El segundo momento es el momento de enfrentarse, no con la leyenda de América, narrada por el verbo maravilloso de Humboldt, sino con los pantanos, con las selvas, con los ejércitos, con los ríos, con las vertientes; la propia campaña de Independencia con todas sus penalidades, sus sufrimientos, la lucha contra sus propios generales y todo eso. Es un segundo momento, que es el enfrentamiento con la selva americana. Un enfrentamiento glorioso, porque es de todas maneras el triunfo, la victoria, la gloria, la fundación del los Estados, de las republicas, y todo eso.
MANOLO:
Hay una idea que se me ocurría leyendo esos capítulos, y alguna vez habíamos tocado esa idea. Hace poco estaba mirando unos niñitos de una amiga que tiene varicela ahora. Pues me imaginaba al hombre que va pasando por toda esta geografía y va dejando muchos hombres tras él. Porque muchos murieron tras él. Más que por las mismas guerras, por la guerra contra la naturaleza, por las enfermedades. Lo habían contemplado pero no esperaban que fuera tan duro. Incluso a veces llevaba gente de tierra caliente y resultaban metidos en grandes alturas, en unos fríos inclementes. Imaginaba a este hombre, ese mismo hombre viejo que quizás pueda uno ver debajo del puente -y a la mejor manera de los enmascaramientos que provoca el señor Porras- sería este hombre ya lleno de todo ese ramaje y de todas estas fiebres encima. Ya con todas las fiebres y todos los ramajes habidos y por haber, acumulados; que ha podio recoger, incluso, nieve. Traería en su cuerpo todo el continente americano, todas las plagas, si se llamaran plagas acaso. De ese continente, de todo lo que le tuvo que pasar. Todos esos peñascos a caballo donde solamente cabía uno, iban en hilera y muchos caían por el despeñadero. Todo eso me imaginaba que debería tener este supuesto anciano en el caso que esta fuera nuestra idea de presentación.
W.O:
Y algo similar, no exactamente eso, otra cosa, pero afín, me decía Omar de esta segunda parte del enfrentamiento con la selva americana y con el mundo americano. Pero es un enfrentamiento dinámico, victorioso, bélico y glorioso, de todas maneras. Y un tercer momento, que es el momento de la declinación, cuando Bolívar empieza a estorbar. Y es que a partir del momento en que Bolívar triunfa, en cuanto triunfa y logra expulsar a los españoles, empieza a estorbar. Él, para poder derrotar a los españoles, tuvo que unir a todo el continente. La lucha tenía ser continental, porque era la única forma de expulsar a una fuerza que estaba instalada en todo el continente. Pero a partir del momento en que los españoles se van, ya nadie quiere que el continente esté unido. Ya cada quien quiere tener su propia “republiqueta” independiente, y no quiere para nada aliarse con los otros. La alianza continental sólo era una necesidad para expulsar a los españoles. Entonces Bolívar, que es el que tiene un sueño continental, solo era necesario mientras los españoles estuvieran aquí. A partir del momento en que los españoles se van, en el momento en que Bolívar triunfa, en ese momento comienza su fracaso, porque empieza a ser estorboso. Ya nadie lo quiere, nadie sabe dónde ponerlo, lo quieren volver rey pero para que esté por allá con una corona, sin intervenir en nada. Y Bolívar no quiere. El quiere trabajar por el sueño continental, aunque ese sueño continental es en ese momento imposible, y entonces empieza a sentirse hostilizado por todo el mundo, y todos lo odian porque a todos les estorba, y eso es lo que produce su enfermedad, y lo que hace que finalmente se muera. Esa parte final es la parte, no de alguien que está equivocado, sino de alguien cuyo acierto, cuya clarividencia, no le pertenece tanto el presente como al futuro. El ideal de la integración latinoamericana es un ideal válido hoy. Hace dos siglos era una quimera, un espejismo. Entonces Bolívar es un gran profeta de algo que tendrá que llegar con el tiempo, pero en su momento lo que la historia imponía era más bien la lógica de que cada nación se consolidara. Entonces, de alguna manera los que tenían razón momentánea, histórica, eran los otros. Santander quería su Colombia, Páez quería su Venezuela, Flórez quería su Ecuador, los otros querían no se qué, San Martín quería su Argentina. Cada país quería consolidarse como país, herederos también de toda esa fragmentación que había entonces.
MANOLO:
Incluso federarnos, además.
W.O:
Bueno, Bolívar quería federarlos, siquiera como un principio de integración. Estos no querían nada. De todas maneras fragmentados por una vieja tradición española que era la de aislar a los países y ponerlos a negociar cada uno con las metrópolis, y no entre sí. Esa fragmentación sobrevive todavía. Entonces Bolívar tenía razón a largo plazo, pero a corto plazo no tenía nada que hacer. No tenía función en el mundo. Los otros, en cambio, tenían una función inmediata: construir sus países. Y por eso se abrieron camino, por eso Bolívar con su victoria, selló de alguna manera su derrota, así fuera momentánea su derrota para entonces. Y ese tercer momento es el momento de la comprobación, de la amargura de una situación histórica. El es un gran personaje histórico para el futuro, más que para su presente. Eso también explica algo que a Masur lo inquieta al comienzo. Y es que es asombrosa la divinización de Bolívar que se hizo inmediatamente después de su muerte. Bastó que muriera y todo se llamaba Bolívar. Estatuas de Bolívar por todas partes. Era un semidios. Masur dice que pocas veces en la historia moderna, en el mundo, se ha dado la glorificación de un personaje como fue la glorificación de Bolívar después de su muerte. Pero la explicación de eso es una explicación paradójica. La razón por la cual lo divinizaron tanto después de su muerte fue, en primer lugar, para expiar la actitud con que lo habían tratado en los últimos años. Entonces lo volvieron Dios. Y en segundo lugar, convirtiéndolo en una especie de ídolo, en un ícono, en un mito, cada quien podría usufructuar de su gloria. Todos se volvieron profundamente Bolivarianos: Santander, que ya lo detestaba, puso a Bolívar en todas las plazas de todos los pueblos, en todas las ciudades. Páez, a quien por lo menos le incomodaba, llenó de Bolívares a Venezuela, y los otros llenaron de Bolívares a Ecuador. Es muy extraño ese destino de un hombre al que derrotan humanamente y endiosan como símbolo. Y es muy interesante también, ese sería el tercer momento de esa historia.
Porque una pregunta que nos hemos hecho desde el comienzo es ¿por qué Bolívar se volvió una estatua? Casi nadie sabe cómo fue realmente su vida, cómo fue la complejidad de su aventura, para casi todo el mundo ¡Bolívar es una estatua! Y nuestro deber es devolverle a esa estatua su condición de carne viva, su humanidad.
Entonces, cuando yo le decía estas cosas a Omar, Omar, que andaba disparado, -como suele estar- ¿no? me decía:
“Lo que yo veo entonces es que esa primera parte, que es la parte Europea, el descubrimiento de su destino en Europa, la veo como una parte de mármol, como una parte llena de limpieza clásica, de la luminosidad de una arquitectura y de una estructura. Y además veo la mención de la selva en esa primera parte, no como la selva viva, sino como la selva de las láminas, la selva de Humboldt, las láminas de la Expedición Botánica. La veo, me dijo, en forma de vitrales, de diseños, es una selva diseñada, una selva pensada, una selva ilustrada, en la primera parte de la obra. En la segunda parte es ya la selva de verdad, y es como si hubiera llegado –ahí me acuerdo de lo que tú estabas diciendo ahora- como si le cayeran encima toneladas de barro, dijo, porque se le vino encima la selva verdadera y entonces esa selva…
MANOLO;
En vez de una espada, la vaina de una arveja, que todo fuera naturaleza…
W.O:
Allí es donde la naturaleza lucha contra la naturaleza, y los ejércitos mismos están armados de espigas y de lanzas y de juncos y de guaduas y de cañas. Eso puede ser muy hermoso: esas batallas naturales. Y pasar de la naturaleza ilustrada que vimos en el libro de la expedición Botánica, (mostrando el libro de Mutis) estos decorados, estos diseños tan limpios y clásicos. Esto puede ser muy bonito como decoración, como escenografía, la selva ilustrada, la selva racionalista, para pasar después a la selva de barro y de fango.
MANOLO:
Hacerla con fondo blanco.
W.O:
Exacto. Eso puede ser muy bonito. Y bueno, la tercera parte es ver de qué manera esa selva, que primero fue diseño y luego fue fango y desorden y guerra, ¿en qué se convierte esa selva final, cuando todo es más bien declinación y melancolía?
MANOLO:
Casi se lo termina chupando el mismo salvajismo de él.
W.O:
Al fin y al cabo los árboles son todo. Los árboles son a la vez vida…
MANOLO:
Y muerte.
W.O:
Pero bueno: hay muchos elementos, y nos vamos a llenar de muchos más por el camino. De manera que eso va a estar bueno.
MANOLO:
No sé en que medida él te habrá hablado de que le gustaría ver qué ha pasado con su vida y qué ha pasado con la vida de Bolívar. A mí no me parece nada descabellado ¿sabes? Obviamente no primando la de él sino aprovechar un poco esa guía.
W.O:
Yo creo que es más un hilo secreto de la narración.
MANOLO:
Exacto. Eso en teatro lo llamamos la cocina.
W.O:
Yo creo que sobretodo debe servir para llenar de contenido emocional el relato. Ahora, yo sinceramente creo que si bien Bolívar es muy importante en esta historia, y está en el centro de todo, se necesita el entorno, el entorno humano y el entorno natural. Yo muy difícilmente lo veo solo en el escenario. A no ser que se lograra encontrar en la música y en el lenguaje todo ese complemento. Yo no sé si tú viste la obra del nieto de Chaplin que presentaron en París.
MANOLO:
He oído hablar de ella, pero no.
W.O:
Es una belleza. Porque es un tipo prácticamente solo, con un par de actrices que ambientan ciertas situaciones, pero el hombre está solo en el escenario y le hace sentir a uno que acaba de atravesar un mundo. Claro, con mucho decorado y con muchas cosas, objetos, grúas, y cosas hermosas que pasan por allí. Pero sobre todo logra dramatizar con su cuerpo, proyectar un mundo maravillosamente. Entonces yo sí creo que ese Bolívar que se llamaba a sí mismo “El hombre de las dificultades”, pueda trasmitir en su acción misma, a veces ni siquiera en su palabras sino en su acción misma, toda la intensidad de ese destino, el fuego, la pasión, la lucidez, la inteligencia, la generosidad, la terquedad, la capacidad de sobreponerse a las derrotas. Un personaje que cuando lo derriban saca de la tierra misma la fuerza para levantarse de nuevo, y da el salto. Entonces yo creo que el personaje si tiene que ser muy importante, tiene que estar siempre centrando la acción, pero hay que hacer sentir, porque de eso depende la importancia de la obra, tanto para los europeos como para los americanos, cuál fue, más allá de su contenido heroico, la grandeza de sus acciones para la historia. Y sobre todo hay que hacerles sentir a los franceses y a los europeos que es verdad, que cuando Bolívar decía que Napoleón era un usurpador y un traidor, y que había traicionado el ideal de la Revolución Francesa y de la República y de la Democracia, porque había escogido el camino de ser Emperador, al mismo tiempo eso era para Bolívar una gran noticia. Porque significaba que había dejado para otro el título de Libertador de las naciones, que es un título mucho más admirable históricamente. Una historiadora francesa escribió un libro para comparar a Bolívar y a Napoleón, y para demostrar que la aventura de Bolívar era más grande que la aventura de Napoleón. Que Napoleón había sido un rey, como tantos reyes que ha habido, pero que no había liberado pueblos. Bolívar en cambio había construido naciones de la nada, había sacado naciones como un mago del sombrero. Ese debate es interesante también. Entonces, bueno, vamos a ver cómo avanza todo esto.
MANOLO:
¿Entonces estás más o menos decido por estas tres líneas ya?
W.O:
No. Hasta ahora. Yo sigo leyendo
MANOLO:
¿Tú qué más estás leyendo?
W.O:
Yo he leído, sobre todo, la biografía de Masur, pero también la de Emil Ludwig y la de Indalecio Liévano. Y empecé a escribir un ensayo, que está menos orientado a la obra propiamente, que a clarificar para mí mismo una visión de Bolívar. A formarme un concepto de Bolívar que nos ayude a definir estas cosas.
MANOLO:
Un trabajo de personaje estás haciendo.
W.O:
Y también es un ejercicio literario. He tratado de darle forma literaria a ese ensayo (forma literaria que tendrá muy poco utilidad para la obra) pero que sí puede tener utilidad para clarificar elementos e ideas.
MANOLO:
¿Quién sabe? De pronto no. ¿Sabes? Yo acabo de ver en el computador unas cartas de Bolívar a Sucre, o en general, un libro epistolar.
W.O:
Tengo la correspondencia de Bolívar. Yo tengo aquí diez tomos de la correspondencia. Y ayer estaba leyendo una nota genealógica, en alguna parte de Internet, y me encontré con una mención de Las Ibáñez. Yo no he leído el libro de Las Ibáñez que escribió Próspero Morales. No sabía mucho de ellas. Lo que alcancé a leer esta mañana, sobre Las Ibáñez, me gustó mucho, porque había una muchacha Bernardina Ibáñez, de la que Bolívar prácticamente se enamoró cuando pasó por aquí después de la batalla de Boyacá. Mejor dicho, ella fue una de las veinte muchachas vestidas de blanco que recibieron a Bolívar en Santafé cuando llegó de la Batalla de Boyacá, en medio de las lluvias de flores y todo eso. Y él, entre todo eso, la vio a ella. Y había un fragmento de una carta que Bolívar le mandó: la he estado buscando en su correspondencia pero no la he encontrado, hay solo la versión en Internet. Pero parecía dispuesto a dar el mundo por ella. Después fue muy influyente; terminó casada con un presidente de la republica: Florentino González, y siendo la abuela de José Eusebio Caro, es decir, la bisabuela de Miguel Antonio Caro, quien hizo la Constitución del ochenta y seis. Una mujer muy influyente en la historia del país. Pero lo que vio Bolívar fue una aparición celestial, porque parece que esa muchacha era divina. Entonces todo está sazonado de eso por el camino…
miércoles, 21 de octubre de 2009
"Bitácora" Por William Ospina Segunda Parte
Desde el primer momento, Omar Porras ha tenido la idea de que el espectáculo sobre Bolívar tendrá un importante contenido musical. A partir del momento en que empezamos a hablar de Bolívar y del significado de su gesta, el elemento musical va ganando espacio en los diálogos. Pensamos que en la América Latina la música no es algo añadido a la existencia, sino una fuerza vital: los pueblos viven musicalmente, y en sus primeros tiempos toda nuestra canción popular tiene un marcado componente narrativo. Tanto los corridos mexicanos como los tangos argentinos, los sones cubanos y los valsecitos criollos peruanos al comienzo contaban historias. Se diría que la Revolución Mexicana puede seguirse, episodio tras episodio, en los corridos que relatan lo mismo las hazañas y las desgracias de los grandes personajes que la vida del pueblo, y los rumores y leyendas que tomaron vida en esos hechos históricos.
Los dos ámbitos musicales que más podemos identificar con Bolívar, la música de los llanos del Orinoco que hoy se expresan en pasajes, joropos y pajarillos con muchas variantes instrumentales, y la música popular de los campesinos caribeños, expresada en cumbias, porros, puyas y canciones vallenatas, nacieron contando historias.
Ante la posibilidad de que haya músicos en el escenario, Omar Porras, fiel a su estética, concibió el proyecto de explorar y estimular las capacidades histriónicas de los músicos populares o despertarlas, y de allí nació la idea de realizar un taller con músicos llaneros y vallenatos. Cuando pensamos dónde hacerlo, ningún espacio nos pareció tan conveniente como la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde pasó Bolívar sus últimos días y donde murió el 17 de diciembre de 1830.
En su siguiente venida al país: Omar Porras y Manolo Orjuela realizaron dos viajes para entrevistar músicos populares: uno a Valledupar, donde reunieron a numerosos cultores de música vallenata, y otro a Villavicencio. Este segundo viaje se vio interrumpido por la lamentable muerte de Fanny Mikey. Había sido precisamente Fanny, su asistente por ese entonces en el Festival Iberoamericano de Teatro, Clarisa Ruiz, quien cursó la primera invitación al Teatro Malandro de Suiza para participar en el Festival, y logró con ello el primer retorno de Omar Porras a su tierra de origen, después de veinticinco años de ausencia, para presentar la obra “Ay, Quijote”.
Con la presencia del equipo coordinador del teatro Malandro de Ginebra, Suiza, Omar Porras, su asistente Manolo Orjuela, el escritor William Ospina, y la coordinación del Ministerio de Cultura, finalmente, en la última semana de septiembre de 2008 se realizó el taller en Santa Marta.
De todos los escenarios históricos que recuerdan nuestra Independencia, tal vez ninguno está mejor conservado que la Quinta de San Pedro Alejandrino. Tanto sus construcciones históricas como los espacios que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo trasmiten una sensación profunda de dignidad y de belleza. Los grandes árboles centenarios dan la impresión de ser los mismos árboles donde suspendía su hamaca el Libertador hace dos siglos, y los amplios jardines, llenos de pájaros y de cantos de pájaros, que a veces cruzan las iguanas a paso lento, son visitados sin fin por escolares y turistas que ven en esta Quinta uno de los templos de la Libertad del continente.
El monumento del recinto central es copia exacta de otro que se hundió en el mar hace más de un siglo, de modo que Bolívar tiene dos monumentos idénticos de mármol, uno en la Quinta de San Pedro Alejandrino y otro en el fondo del Atlántico.
El sol, la brisa, el silencio, la amplitud de los jardines, la blancura de los muros, todo fue propicio para el trabajo de creación, y el recuerdo de aquellos días en que Bolívar se despidió de sus campañas y de sus naciones recién liberadas le daba un clima conmovedor a nuestros ejercicios.
La bella quinta existe desde hace por lo menos tres siglos, pero ha perdido la huella de todos sus dueños y habitantes. Sólo está consagrada al recuerdo de un hombre que pasó aquí apenas los últimos diez días de su vida. Este hecho basta para medir la dimensión mitológica de Bolívar, su exaltación a una dimensión de leyenda por parte de sus propios contemporáneos, leyenda que, por cierto, no ha abandonado la posteridad.
Durante una semana se realizó el taller en San Pedro Alejandrino. La selección había sido muy interesante, y desde el primer momento se procuró que los músicos entraran en el escenario, y a través de máscaras asumieran papeles, dejaran salir al personaje que la máscara les revelara. Los resultados, la mayor parte de las veces nos demostraron que hay una tendencia natural a la actuación en muchos músicos populares. No sólo en los jóvenes, que tienen la tentación del espectáculo, pero también muchos músicos mayores tienen ya una relación con el escenario, y con el público. Hubo primero un taller de rutina básica como los que realiza Omar con sus actores en Europa. La actitud y la conciencia del cuerpo, la atención profunda a los dictados del personaje, y la búsqueda de que el actor desaparezca y el personaje ocupe todo el espacio de su ser durante la actuación. Hicieron varios ejercicios de improvisación, empezando por la escogencia de las máscaras y las instrucciones sobre el cuidado básico que hay que tener con ellas.
La presencia de las máscaras en el teatro es antiquísima, pero en cada tradición teatral han llegado a ocupar un lugar singular. Las máscaras de los espectáculos de Omar Porras, que se hacen siempre a partir de la experiencia de los actores y de la construcción de los personajes, se inspiran en distintas tradiciones, tanto europeas, sobre todo de la Comedia dell arte italiana, como asiáticas, de las danzas ceremoniales de Bali, representan también todo un trabajo de artesanía. A lo largo de aquellos días no sólo vimos en acción la tradición musical de dos regiones de Colombia, a veces con cultores muy jóvenes y talentosos, sino que vimos nacer actores que ni siquiera sospechaban que lo eran, y vivimos momentos de gran creatividad y de compromiso con el arte en personas de muy distintas edades y procedencias. Sólo unos cuantos de estos músicos serían escogidos al final, pero para todos representó sin duda una experiencia valiosa en su carrera el haber accedido a un taller de actuación con uno de los mejores directores contemporáneos de Europa, que hacía un alto en su trabajo de dirección de espectáculos teatrales en Suiza y en Francia, y de puesta en escena de grandes óperas en distintos lugares del mundo, para trabajar con los músicos de su tierra.
Pero el trabajo también consistió en la construcción de ensambles musicales dirigidos por Erick, gran conocedor de la tradición musical colombiana y latinoamericana, quien a veces, a partir de canciones conocidas, o de melodías simples, condujo a todo el grupo de músicos en escena a momentos de gran entendimiento y coordinación. El ejercicio consistía en ir acordando instrumentos y voces, tejer variaciones sobre ellos, aproximar incluso las tradiciones de los laneros y de los vallenatos, y producir también fusiones nuevas. El escenario era propicio, y por momentos hasta la naturaleza alrededor pareció contagiarse del espíritu de esos experimentos artísticos. Hubo un momento especialmente mágico, cuando el crecendo de las voces y de los instrumentos iba alcanzando una determinada tonalidad, y de repente el sonido de las chicharras pareció sumarse en el tono adecuado a la música y poner a vibrar todo en el mismo registro.
Fueron tantos los logros y los avances en ese primer experimento, que cuando al terminar la semana la Ministra de Cultura Maria Paula Moreno y la directora de Arte de Ministerio Clarisa Ruiz, llegaron a Santa Marta para ver la conclusión del Taller, les costaba creer que aquellas personas que estaban en el escenario no hubieran actuado nunca antes de ese taller.
Los dos ámbitos musicales que más podemos identificar con Bolívar, la música de los llanos del Orinoco que hoy se expresan en pasajes, joropos y pajarillos con muchas variantes instrumentales, y la música popular de los campesinos caribeños, expresada en cumbias, porros, puyas y canciones vallenatas, nacieron contando historias.
Ante la posibilidad de que haya músicos en el escenario, Omar Porras, fiel a su estética, concibió el proyecto de explorar y estimular las capacidades histriónicas de los músicos populares o despertarlas, y de allí nació la idea de realizar un taller con músicos llaneros y vallenatos. Cuando pensamos dónde hacerlo, ningún espacio nos pareció tan conveniente como la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde pasó Bolívar sus últimos días y donde murió el 17 de diciembre de 1830.
En su siguiente venida al país: Omar Porras y Manolo Orjuela realizaron dos viajes para entrevistar músicos populares: uno a Valledupar, donde reunieron a numerosos cultores de música vallenata, y otro a Villavicencio. Este segundo viaje se vio interrumpido por la lamentable muerte de Fanny Mikey. Había sido precisamente Fanny, su asistente por ese entonces en el Festival Iberoamericano de Teatro, Clarisa Ruiz, quien cursó la primera invitación al Teatro Malandro de Suiza para participar en el Festival, y logró con ello el primer retorno de Omar Porras a su tierra de origen, después de veinticinco años de ausencia, para presentar la obra “Ay, Quijote”.
Con la presencia del equipo coordinador del teatro Malandro de Ginebra, Suiza, Omar Porras, su asistente Manolo Orjuela, el escritor William Ospina, y la coordinación del Ministerio de Cultura, finalmente, en la última semana de septiembre de 2008 se realizó el taller en Santa Marta.
De todos los escenarios históricos que recuerdan nuestra Independencia, tal vez ninguno está mejor conservado que la Quinta de San Pedro Alejandrino. Tanto sus construcciones históricas como los espacios que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo trasmiten una sensación profunda de dignidad y de belleza. Los grandes árboles centenarios dan la impresión de ser los mismos árboles donde suspendía su hamaca el Libertador hace dos siglos, y los amplios jardines, llenos de pájaros y de cantos de pájaros, que a veces cruzan las iguanas a paso lento, son visitados sin fin por escolares y turistas que ven en esta Quinta uno de los templos de la Libertad del continente.
El monumento del recinto central es copia exacta de otro que se hundió en el mar hace más de un siglo, de modo que Bolívar tiene dos monumentos idénticos de mármol, uno en la Quinta de San Pedro Alejandrino y otro en el fondo del Atlántico.
El sol, la brisa, el silencio, la amplitud de los jardines, la blancura de los muros, todo fue propicio para el trabajo de creación, y el recuerdo de aquellos días en que Bolívar se despidió de sus campañas y de sus naciones recién liberadas le daba un clima conmovedor a nuestros ejercicios.
La bella quinta existe desde hace por lo menos tres siglos, pero ha perdido la huella de todos sus dueños y habitantes. Sólo está consagrada al recuerdo de un hombre que pasó aquí apenas los últimos diez días de su vida. Este hecho basta para medir la dimensión mitológica de Bolívar, su exaltación a una dimensión de leyenda por parte de sus propios contemporáneos, leyenda que, por cierto, no ha abandonado la posteridad.
Durante una semana se realizó el taller en San Pedro Alejandrino. La selección había sido muy interesante, y desde el primer momento se procuró que los músicos entraran en el escenario, y a través de máscaras asumieran papeles, dejaran salir al personaje que la máscara les revelara. Los resultados, la mayor parte de las veces nos demostraron que hay una tendencia natural a la actuación en muchos músicos populares. No sólo en los jóvenes, que tienen la tentación del espectáculo, pero también muchos músicos mayores tienen ya una relación con el escenario, y con el público. Hubo primero un taller de rutina básica como los que realiza Omar con sus actores en Europa. La actitud y la conciencia del cuerpo, la atención profunda a los dictados del personaje, y la búsqueda de que el actor desaparezca y el personaje ocupe todo el espacio de su ser durante la actuación. Hicieron varios ejercicios de improvisación, empezando por la escogencia de las máscaras y las instrucciones sobre el cuidado básico que hay que tener con ellas.
La presencia de las máscaras en el teatro es antiquísima, pero en cada tradición teatral han llegado a ocupar un lugar singular. Las máscaras de los espectáculos de Omar Porras, que se hacen siempre a partir de la experiencia de los actores y de la construcción de los personajes, se inspiran en distintas tradiciones, tanto europeas, sobre todo de la Comedia dell arte italiana, como asiáticas, de las danzas ceremoniales de Bali, representan también todo un trabajo de artesanía. A lo largo de aquellos días no sólo vimos en acción la tradición musical de dos regiones de Colombia, a veces con cultores muy jóvenes y talentosos, sino que vimos nacer actores que ni siquiera sospechaban que lo eran, y vivimos momentos de gran creatividad y de compromiso con el arte en personas de muy distintas edades y procedencias. Sólo unos cuantos de estos músicos serían escogidos al final, pero para todos representó sin duda una experiencia valiosa en su carrera el haber accedido a un taller de actuación con uno de los mejores directores contemporáneos de Europa, que hacía un alto en su trabajo de dirección de espectáculos teatrales en Suiza y en Francia, y de puesta en escena de grandes óperas en distintos lugares del mundo, para trabajar con los músicos de su tierra.
Pero el trabajo también consistió en la construcción de ensambles musicales dirigidos por Erick, gran conocedor de la tradición musical colombiana y latinoamericana, quien a veces, a partir de canciones conocidas, o de melodías simples, condujo a todo el grupo de músicos en escena a momentos de gran entendimiento y coordinación. El ejercicio consistía en ir acordando instrumentos y voces, tejer variaciones sobre ellos, aproximar incluso las tradiciones de los laneros y de los vallenatos, y producir también fusiones nuevas. El escenario era propicio, y por momentos hasta la naturaleza alrededor pareció contagiarse del espíritu de esos experimentos artísticos. Hubo un momento especialmente mágico, cuando el crecendo de las voces y de los instrumentos iba alcanzando una determinada tonalidad, y de repente el sonido de las chicharras pareció sumarse en el tono adecuado a la música y poner a vibrar todo en el mismo registro.
Fueron tantos los logros y los avances en ese primer experimento, que cuando al terminar la semana la Ministra de Cultura Maria Paula Moreno y la directora de Arte de Ministerio Clarisa Ruiz, llegaron a Santa Marta para ver la conclusión del Taller, les costaba creer que aquellas personas que estaban en el escenario no hubieran actuado nunca antes de ese taller.
Etiquetas:
Bitacora segunda parte,
Proyecto Bolivar
miércoles, 22 de abril de 2009
Qué es Escenas de la Independencia?
En el marco de los programas de conmemoración del Bicentenario de las Independencias, el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección de Artes, dedica una de sus mayores propuestas a la creación en Artes Escénicas desarrollando el proyecto Escenas de la Independencia “Creaciones para el Bicentenario”.
Una de las líneas de acción de este proyecto, está dedicada a promover el reconocimiento y los vínculos con artistas colombianos residentes en el exterior. El Ministerio de Cultura, impulsa para ello la generación de una serie coproducciones, de manera que a partir de julio de 2010 el público, tanto de Colombia como de otros países de Latinoamérica y del mundo, pueda apreciar obras nuevas inspiradas en el concepto de “la Independencia”.
Es así como, en el año 2008, la Dirección de Artes invita, entre otros destacados creadores colombianos radicados en el exterior, al maestro Omar Porras, para vincularse a un proceso creativo y pedagógico. El resultado final de este proceso consistirá en una creación original entorno a la figura de Simón Bolívar que se estrenará en el Teatro de Cristóbal Colón de Bogotá en ocasión de su reapertura al público a partir del 20 de julio del año 2010. Posteriormente la obra realizará una gira nacional, una gira por América Latina y Europa.
A través de una serie de visitas por varias regiones del país (Llanos Orientales, Costa Atlántica y Cundinamarca) el maestro Porras seleccionó a un grupo de 40 artistas entre músicos, actores y directores de teatro para la realización de un taller de investigación escénica y musical que se llevó a cabo durante el mes de septiembre de 2008 en la Quinta de San Pedro Alejandrino en la ciudad de Santa Marta. El taller se planteó a la vez como una iniciación a la técnica de la máscara desarrollada por Omar Porras y como un laboratorio de investigación escénica y musical alrededor del tema de la “ partitura escénica”. Igualmente el laboratorio sirvió como espacio de identificación de los artistas que participarán en el montaje de la obra.
El poeta William Ospina se vincula al proyecto como testigo presencial del proceso de creación y a la vez como colaborador en el proceso investigativo. El maestro Porras elijió al Director Manolo Orjuela como su colaborador artístico.
El proceso de investigación-creación se llevará a cabo a través de una serie de laboratorios en el transcurso del año 2009. El montaje de la obra se realizará durante el primer trimestre del año 2010.
Una de las líneas de acción de este proyecto, está dedicada a promover el reconocimiento y los vínculos con artistas colombianos residentes en el exterior. El Ministerio de Cultura, impulsa para ello la generación de una serie coproducciones, de manera que a partir de julio de 2010 el público, tanto de Colombia como de otros países de Latinoamérica y del mundo, pueda apreciar obras nuevas inspiradas en el concepto de “la Independencia”.
Es así como, en el año 2008, la Dirección de Artes invita, entre otros destacados creadores colombianos radicados en el exterior, al maestro Omar Porras, para vincularse a un proceso creativo y pedagógico. El resultado final de este proceso consistirá en una creación original entorno a la figura de Simón Bolívar que se estrenará en el Teatro de Cristóbal Colón de Bogotá en ocasión de su reapertura al público a partir del 20 de julio del año 2010. Posteriormente la obra realizará una gira nacional, una gira por América Latina y Europa.
A través de una serie de visitas por varias regiones del país (Llanos Orientales, Costa Atlántica y Cundinamarca) el maestro Porras seleccionó a un grupo de 40 artistas entre músicos, actores y directores de teatro para la realización de un taller de investigación escénica y musical que se llevó a cabo durante el mes de septiembre de 2008 en la Quinta de San Pedro Alejandrino en la ciudad de Santa Marta. El taller se planteó a la vez como una iniciación a la técnica de la máscara desarrollada por Omar Porras y como un laboratorio de investigación escénica y musical alrededor del tema de la “ partitura escénica”. Igualmente el laboratorio sirvió como espacio de identificación de los artistas que participarán en el montaje de la obra.
El poeta William Ospina se vincula al proyecto como testigo presencial del proceso de creación y a la vez como colaborador en el proceso investigativo. El maestro Porras elijió al Director Manolo Orjuela como su colaborador artístico.
El proceso de investigación-creación se llevará a cabo a través de una serie de laboratorios en el transcurso del año 2009. El montaje de la obra se realizará durante el primer trimestre del año 2010.
Fragmento El Último Rostro - Alvaro Mutis
-"Aquí se frustra toda empresa humana -comentó-. El desorden vertiginoso del paisaje, los ríos inmensos, el caos de los elementos, la vastedad de las selvas, el clima implacable, trabajan la voluntad y minan las razones profundas, esenciales, para vivir, que heredamos de ustedes. Esas razones nos impulsan todavía, pero en el camino nos perdemos en la hueca retórica y en la sanguinaria violencia que todo lo arrasa. Queda una conciencia de lo que debimos hacer y no hicimos y que sigue trabajando allá adentro, haciéndonos inconformes, astutos, frustrados, ruidosos, inconstantes. Los que hemos enterrado en estos montes lo mejor de nuestras vidas, conocemos demasiado bien los extremos a que conduce esta inconformidad estéril y retorcida. ¿Sabe usted que cuando yo pedí la libertad para los esclavos, las voces clandestinas que conspiraron contra el proyecto e impidieron su cumplimiento fueron las de mis compañeros de lucha, los mismos que se jugaron la vida cruzando a mi lado los Andes para vencer en el Pantano de Vargas, en Boyacá y en Ayacucho; los mismos que habían padecido prisión y miserias sin cuento en las cárceles de Cartagena el Callao y Cádiz de manos de los españoles? ¿Cómo se puede explicar esto si no es por una mezquindad, una pobreza de alma propias de aquellos que no saben quiénes son, ni de dónde son, ni para qué están en la tierra? El que yo haya descubierto en ellos esta condición, el que la haya conocido desde siempre y tratado de modificarla y subsanarla, me ha convertido ahora en un profeta incómodo, en un extranjero molesto. Por esto sobro en Colombia, mi querido coronel, pero un hado extraño dispone que yo muera con un pie en el estribo, indicándome así que tampoco mi lugar, la tumba que me corresponde, está allende el Atlántico".
Etiquetas:
alvaro mutis,
fragmento el ultimo rostro
viernes, 17 de abril de 2009
TRES MOMENTOS DE BOLIVAR por William Ospina
PARTE I
Estamos en Europa, en el mundo de las ideas y los diseños, a comienzos del siglo XIX. Vientos revolucionarios lo llenan todo, pero lo que vemos es una revolución urbana y europea, presidida por dioses de mármol, por palacios franceses, una suerte de barbarie neoclásica donde las decapitaciones pueden figurarse solamente por una cinta roja en el cuello. En medio de las barricadas de la Revolución brota Bolívar, un típico jovencito francés, joven, ágil, valiente, ilustrado, que se mueve entre libros y músicas románticas.
Primer monólogo de Bolívar. Ideales del Romanticismo y el sueño de la Libertad.
Es hijo de Rousseau y de Voltaire, un joven rico que alterna los libros con el vino y el juego. Al fondo crecen las tempestades de la Revolución, y ascienden los partidos, hasta que se alza gigantesco Napoleón que lo domina todo.
Monólogo de Napoleón. El poder del imperio.
En las calles, debate sobre si Napoleón es la derrota de la Revolución Francesa o su verdadera victoria.
El joven asume el estilo napoleónico, y empieza a imitar al hombre glorioso. Entonces aparece Humboldt. Viene de América, arrastrando una fronda de selvas heráldicas, de imágenes de Ilustración. Vestido con los diseños de la expedición botánica, habla de un mundo exuberante y mágico, de selvas desmesuradas y de ríos infinitos. Bolívar ve pasar las selvas y los ríos en forma de símbolos, telas o láminas, hojas y flores y frutos de la naturaleza equinoccial: una selva ilustrada, comprende plenamente que ese es el mundo al que pertenece, y se siente llamado a ser el Libertador de esas tierras.
Monólogo de Humboldt. Descripción del mundo americano.
En Bolívar combaten los sueños y los fastos napoleónicos con esta vocación de su ser por liberar las tierras vírgenes, el mundo equinoccial americano, al que vemos llegar en un estilo pintoresco de paisajes románticos y dibujos exóticos. Todavía es un dilettanti, un dandy sentimental y opulento, pero es entonces cuando aparece el rigor de su maestro Simón Rodríguez, a quien había dejado de ver en Caracas años atrás.
Discurso de la disciplina, discurso de la libertad, del deber, de la responsabilidad, que lo arrebata a los lujos y a la ostentación, y lo llama a la austeridad y al esfuerzo.
Bolívar pierde su gesto napoleónico y se convierte en un caminante esforzado y austero; un hombre dominado por pasiones verdaderas y no por las ilusiones del espectáculo. Viajan por los Alpes, morral al hombro, al reencuentro con los abismos y los vértigos. Y también con la soledad. Bolívar empieza a comprender la enormidad de su misión.
Diálogo, Bolívar y Rodríguez. El estado de postración del mundo americano. El sueño de sembrar repúblicas en un suelo donde hay indios discriminados, negros esclavizados, criollos tratados como inferiores. Cómo es mucho más difícil es hablar de Libertad, Igualdad y Fraternidad en el mundo americano que en el mundo europeo.
Bolívar ve en Italia a Napoleón envuelto sólo en una capa negra y cubierto por un sombrero sin insignias. Cambio de perspectiva: un hombre de lucha y no de ostentación. Vuelve a encontrarse con Humboldt, ahora un hombre de estudio, dedicado a las piedras, a la geología, al pensamiento. Ahora a Bolívar no lo están educando los salones y la gloria sino el esfuerzo y la dificultad: comprende que su camino no será de lujos sino de dificultades y sacrificios.
Bolívar jura en el Monte Sacro, estrechando la mano de su maestro y alzando su espada, que no descansará hasta no dar libertad a su tierra. Juramento del Monte Sacro, y ecos de versos románticos.
Los Alpes con sus abismos se convierten en las olas del océano, y Bolívar en la proa se dispone a llegar a su tierra nativa. Las músicas cambian del estilo romántico europeo a los soplos de cañas y vientos de tambores y trombas de agua del mundo americano. Empiezan a escucharse las músicas del litoral y de la llanura, que cada vez ocuparán más el espacio.
PARTE II
En una playa solitaria, Bolívar empieza a encontrarse con las dificultades. Todo está en manos de los enemigos. Todo aquel con quien quiere aliarse desconfía de él. Hay hombres poderosos como Miranda, que sólo creen en la alianza de los grandes poderes: unir a Francia y a Inglaterra contra España, que es como unir al mar y al viento contra la tierra, pero esas fuerzas cambian de rumbos y de alianzas, y nunca se logra triunfar.
Monólogo de Miranda, héroe de cien batallas, general norteamericano, francés y español, amante de la emperatriz, soñador de la libertad, derrotado continuamente.
El suelo es ajeno, no es posible permanecer en él. Venezuela está en manos de los realistas y de los rebeldes, pero cada rebelde maneja una pequeña región y no se une con los otros. Bolívar comienza a comprender que el principal enemigo es la desunión de esas fuerzas, la montaña no dialoga con el litoral, el río no se entiende con la llanura. Es como si el jaguar, el cóndor y la serpiente, los tres niveles del mundo de la vieja tradición incaica, estuvieran en guerra entre sí, de modo que los cazadores se apoderan de ellos y los dominan. Los animales están en discordia, las selvas están en discordia, las aguas están en discordia. Vuelan en desorden confuso los pájaros; cada quien prepara la rebelión de los monos o de las serpientes, de los caimanes o de los papagayos. La tierra firme se hunde, la selva se cierra como un muro, los ríos escapan y no se dejan navegar. Bolívar cae varias veces, como Cristo, pero se vuelve más fuerte en contacto con la tierra nativa.
La selva no es ya una ilustración sino una realidad de maraña y de fango, hermosa pero indócil, fecunda pero ingobernable. Es preciso armonizar las melodías que articulan los distintos pájaros, que entren los sonidos de aguas y de árboles, que aquel bullicio se resuelva en música, que el desorden de aves se vuelva bandada, que el tigre salga del agua y el caimán baje del árbol. Bolívar tiene que poner a cada uno en su sitio, pues este es el papel del jefe, encontrar en qué lugar cada uno de sus soldados puede cumplir verdaderamente su función.
Discurso de Bolívar sobre la Unión. El sueño de la unidad nacional y continental. Por qué no se puede derrotar a los españoles si no se tiene un sueño continental.
Mariño, con cabeza de tiburón o de pelícano, como en los viejos atavíos indígenas, es el hombre de los litorales. Bermúdez, delfín o tucán, es el hombre del Orinoco. Páez, tigre, o chiguiro, u oso hormiguero, es el hombre de las llanuras. Santander, Cóndor o venado, el hombre de la Sabana. Sucre, el ave, Flórez, el mono, Piar, la mariamulata. Representan las virtudes de esos animales, a la manera indígena. (Mucho conviene romper con la tendencia europea a identificar animales con vicios y defectos). El jaguar es valeroso, el delfín inteligente, el pelícano obstinado, el cóndor altivo y majestuoso, el mono es ágil y gracioso, la mariamulata es prudente y ágil. A veces son como geniecillos diminutos en una selva de hierbas altas y de flores inmensas. Lo que antes fue diseño armonioso ahora es agobiante, algo de microcosmos bellísimo pero también de inmanejable selva prehistórica.
Monólogo de Bolívar (fragmentos de sus cartas) en el que habla, por contraste con las imágenes, en un lenguaje completamente político y castrense, de regiones y generales, de provisiones y de armas, de alianzas internacionales, de los movimientos del enemigo. Y en la escena lo que vemos son las soluciones simbólicas.
Bolívar tiene que poner a luchar a los elementos contra el invasor. El invasor tiene uniformes europeos, cruces, símbolos, cañones, espadas: aunque también una estética de la violencia: inquisición, racismo, superstición. El nativo tiene como munición vainas enormes llenas de semillas, espigas que estallan en granos, frutas que se abren como granadas de colores, vientos de hojas y de polen. (Voire: “El rompimiento de la nuez” de Richard Dadd). El pantano mismo es un personaje que a partir de cierto momento obedece las órdenes de Bolívar y cubre regimientos con sus caballos y sus cañones. (Una voz en Off nos habla de cómo las tropas de Páez se hacían seguir de los regimientos españoles y en el último momento se desviaban dejando al enemigo sumergido en la ciénaga).
Bolívar ha triunfado en el Orinoco e inmediatamente hace un llamado para que se reúna un Congreso de Diputados. El llano es libre. Bolívar es como Moisés ascendiendo al monte a buscar una ley severa que impere sobre sus tropas. Lejos en Europa los políticos leyendo el periódico (Correo del Orinoco) comprenden que aquellos guerreros no son tiranos de aldea, ni sátrapas, sino estadistas que intentan crear instituciones, fundar repúblicas, instaurar una legalidad en una tierra maltratada por siglos. Vienen entonces las brigadas europeas a unirse a sus tropas. Byron en Italia sueña con ingresar en el ejército de Bolívar y luchar por la libertad de estas naciones nuevas.
Monólogo de Byron alto en la proa de su barco “Bolívar”. El sueño de la libertad.
Es el momento del gran enfrentamiento de Bolívar con la naturaleza. Decide la acción más temeraria y loca de su carrera: el paso de los Andes hacia la Nueva Granada, por gargantas imposibles y páramos mortales, una región donde los españoles saben que el paso es imposible. Después de infinitas penalidades logra tomarlos por sorpresa, derrotarlos en el Pantano de Vargas y en Boyacá, asegurar la libertad de la Nueva Granada y comenzar la cadena de sus triunfos continentales. Como relámpagos, como fulminaciones, se suceden más y más allá las batallas: Carabobo, Pichincha, Ayacucho, Junín. España retrocede, las montañas se doblegan, las ciudades se abren, los regimientos enemigos caen al mar, las tropas descamisadas entran bajo lluvias de flores en las ciudades libres, los fantasmas de los incas, de los aztecas, de los muiscas se alzan detrás como soles y lunas y pájaros de colores. El arco iris de los incas se abre sobre la ciudad dorada de las montañas. Alguien labra una corona para Bolívar.
PARTE III
Monólogo de Bolívar negándose a llevar la corona. Detrás de las nubes doradas vienen las nubes negras. Con cada victoria Bolívar se hace cada vez más innecesario. El quiere seguir la lucha por la libertad del continente, pero cada general quiere detenerse un poco y gobernar su región.
Monólogo de Santander. ¿Cómo se pueden construir naciones si siempre hay que estar pagando cuentas de nuevas batallas? ¿Cómo saber cuándo ha terminado la lucha y comienza la hora de la paz? ¿Pueden vivir en paz los guerreros? Cuando ya han terminado sus luchas, ¿no sienten que los que van a beneficiarse de la paz no son los que se la ganaron? Quizás todos necesitamos a Bolívar pero también necesitamos que Bolívar no sea un hombre sino un símbolo. Los hombres tienen pasiones, ambiciones, deseos, y la unidad continental es un sueño que no se puede realizar. Construyamos nuestras naciones, cada una distinta de la otra, y resolvamos lo urgente. Que Bolívar entienda las exigencias de la real política.
Monólogo de Bolívar. Mis triunfos son mis derrotas, cuantas más batallas gano, menos me quieren mis hombres. Ahora les estorbo para sus pequeños proyectos. Nunca seremos grandes si no tenemos un destino continental. ¿Vamos a repartir la selva y el río, la montaña y el mar?. Nuestra división será nuestra debilidad, y los grandes del mundo se beneficiarán de nuestras rivalidades.
Todos quieren hacerlo rey sólo para que deje de ser general. Todos quieren hacerlo rey para que se vuelva una figura decorativa y los deje gobernar sus países. Bolívar empieza a sentir que ahora la guerra es contra él. Pero es en realidad el conflicto entre dos maneras de entender la historia. Hegel acaba de decir que la tragedia es ese momento en que dos posiciones distintas tienen ambas la razón y no logran encontrar una síntesis. El sueño de Bolívar no tiene todavía un lugar en el tiempo, es apenas la hora de las repúblicas, falta mucho para que se abra camino la conciencia de la necesidad de una unión continental, y ésta quizás no será posible si no se han fundado y fortalecido las naciones. Bolívar vive en la utopía, aún no hay tal lugar.
El fuego que arde en su ser empieza a consumirlo. Todos lo rechazan y lo hostilizan. Viendo que la unión continental se rompe, Bolívar se traiciona a sí mismo y asume la dictadura, última esperanza de sembrar un orden que no tiene lugar en el mundo. Sus propios amigos entran a asesinarlo en su propia casa, y esa es la señal que anuncia la partida. Es hora de descender por el río melancólico de la muerte. El río Magdalena, que fue escenario de sus victorias, ahora ve pasar a la sombra del paseante solitario, al hombre que vislumbró el futuro pero que no pudo entrar en él. Así lo había dicho Holderlin de Rousseau.
Nuestra jornada humana, qué estrechos son sus límites.
Tú vives, ves, te asombras, y la tarde ha caído.
Duerme ahora en distancias infinitas, allá donde los años
De las naciones pasan y se esfuman.
Muchos hombres abarcan con la vista su tiempo,
Un Dios les muestra los espacios vírgenes.
Tú lleno de deseo te quedas en la orilla,
Eres sólo un escándalo para tus semejantes,
Una sombra, y no sientes ningún amor por ellos.
Pero aquellos que llamas por su nombre,
Esas nuevas presencias prometidas,
¿En dónde están, entonces?
Para que así una mano de amigo te conforte,
¿Por dónde se aproximan?, tú que hablas solitario.
Sólo un parco silencio en torno tuyo,
Pobre hombre,
Y prosigues tu marcha solitaria
Semejante a los muertos insepultos.
Tú los has escuchado,
Comprendiste su lengua desconocida,
Tú has leído en sus almas.
Para el hombre de profundos deseos un signo fue bastante,
Y los signos han sido
Desde el alba del tiempo la lengua de los Dioses.
Y este hombre, oh prodigio, como si ya en su espíritu
Desde el origen mismo,
En su marcha total y en sus actos ilímites
Hubiera desposado la marcha de la vida,
Comprende al primer signo lo que habrá de cumplirse,
Y semejante al águila que siguen tempestades,
Con vuelo temerario,
Precediendo a sus Dioses su espíritu campea,
Y anuncia su llegada.
Bolívar está febril cuando le llega la noticia del asesinato de Sucre y éste lo precipita en la agonía. (El cuento de Mutis). No le ha sido ahorrada ninguna decepción. Todos los grandes jefes sienten cierto alivio al pensar que está muriendo. Pero al día siguiente de su muerte todos despiertan pensando que es un semidiós, convierten en mármol y en bronce aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hay calle, ni plaza ni aldea que no esté presidida por su estatua. ¿Qué significan esas estatuas? En primer lugar, el arrepentimiento de aquellos que lo abandonaron, la conciencia profunda de su ingratitud, pero también la alegría de poder aprovecharse de su imagen. Cada uno se declara el dueño de la estatua, y en nombre de ella justifica sus propios proyectos. Como nos dijo Borges: “La gloria es una incomprensión, y quizás la peor”.
Pero no sólo quedan sus estatuas sino también sus hechos y sus palabras. Es en ellas donde sigue vivo, y preparando el futuro, y esperando.
Discurso final de Bolívar pregonando su sueño que finalmente debe triunfar.
Estamos en Europa, en el mundo de las ideas y los diseños, a comienzos del siglo XIX. Vientos revolucionarios lo llenan todo, pero lo que vemos es una revolución urbana y europea, presidida por dioses de mármol, por palacios franceses, una suerte de barbarie neoclásica donde las decapitaciones pueden figurarse solamente por una cinta roja en el cuello. En medio de las barricadas de la Revolución brota Bolívar, un típico jovencito francés, joven, ágil, valiente, ilustrado, que se mueve entre libros y músicas románticas.
Primer monólogo de Bolívar. Ideales del Romanticismo y el sueño de la Libertad.
Es hijo de Rousseau y de Voltaire, un joven rico que alterna los libros con el vino y el juego. Al fondo crecen las tempestades de la Revolución, y ascienden los partidos, hasta que se alza gigantesco Napoleón que lo domina todo.
Monólogo de Napoleón. El poder del imperio.
En las calles, debate sobre si Napoleón es la derrota de la Revolución Francesa o su verdadera victoria.
El joven asume el estilo napoleónico, y empieza a imitar al hombre glorioso. Entonces aparece Humboldt. Viene de América, arrastrando una fronda de selvas heráldicas, de imágenes de Ilustración. Vestido con los diseños de la expedición botánica, habla de un mundo exuberante y mágico, de selvas desmesuradas y de ríos infinitos. Bolívar ve pasar las selvas y los ríos en forma de símbolos, telas o láminas, hojas y flores y frutos de la naturaleza equinoccial: una selva ilustrada, comprende plenamente que ese es el mundo al que pertenece, y se siente llamado a ser el Libertador de esas tierras.
Monólogo de Humboldt. Descripción del mundo americano.
En Bolívar combaten los sueños y los fastos napoleónicos con esta vocación de su ser por liberar las tierras vírgenes, el mundo equinoccial americano, al que vemos llegar en un estilo pintoresco de paisajes románticos y dibujos exóticos. Todavía es un dilettanti, un dandy sentimental y opulento, pero es entonces cuando aparece el rigor de su maestro Simón Rodríguez, a quien había dejado de ver en Caracas años atrás.
Discurso de la disciplina, discurso de la libertad, del deber, de la responsabilidad, que lo arrebata a los lujos y a la ostentación, y lo llama a la austeridad y al esfuerzo.
Bolívar pierde su gesto napoleónico y se convierte en un caminante esforzado y austero; un hombre dominado por pasiones verdaderas y no por las ilusiones del espectáculo. Viajan por los Alpes, morral al hombro, al reencuentro con los abismos y los vértigos. Y también con la soledad. Bolívar empieza a comprender la enormidad de su misión.
Diálogo, Bolívar y Rodríguez. El estado de postración del mundo americano. El sueño de sembrar repúblicas en un suelo donde hay indios discriminados, negros esclavizados, criollos tratados como inferiores. Cómo es mucho más difícil es hablar de Libertad, Igualdad y Fraternidad en el mundo americano que en el mundo europeo.
Bolívar ve en Italia a Napoleón envuelto sólo en una capa negra y cubierto por un sombrero sin insignias. Cambio de perspectiva: un hombre de lucha y no de ostentación. Vuelve a encontrarse con Humboldt, ahora un hombre de estudio, dedicado a las piedras, a la geología, al pensamiento. Ahora a Bolívar no lo están educando los salones y la gloria sino el esfuerzo y la dificultad: comprende que su camino no será de lujos sino de dificultades y sacrificios.
Bolívar jura en el Monte Sacro, estrechando la mano de su maestro y alzando su espada, que no descansará hasta no dar libertad a su tierra. Juramento del Monte Sacro, y ecos de versos románticos.
Los Alpes con sus abismos se convierten en las olas del océano, y Bolívar en la proa se dispone a llegar a su tierra nativa. Las músicas cambian del estilo romántico europeo a los soplos de cañas y vientos de tambores y trombas de agua del mundo americano. Empiezan a escucharse las músicas del litoral y de la llanura, que cada vez ocuparán más el espacio.
PARTE II
En una playa solitaria, Bolívar empieza a encontrarse con las dificultades. Todo está en manos de los enemigos. Todo aquel con quien quiere aliarse desconfía de él. Hay hombres poderosos como Miranda, que sólo creen en la alianza de los grandes poderes: unir a Francia y a Inglaterra contra España, que es como unir al mar y al viento contra la tierra, pero esas fuerzas cambian de rumbos y de alianzas, y nunca se logra triunfar.
Monólogo de Miranda, héroe de cien batallas, general norteamericano, francés y español, amante de la emperatriz, soñador de la libertad, derrotado continuamente.
El suelo es ajeno, no es posible permanecer en él. Venezuela está en manos de los realistas y de los rebeldes, pero cada rebelde maneja una pequeña región y no se une con los otros. Bolívar comienza a comprender que el principal enemigo es la desunión de esas fuerzas, la montaña no dialoga con el litoral, el río no se entiende con la llanura. Es como si el jaguar, el cóndor y la serpiente, los tres niveles del mundo de la vieja tradición incaica, estuvieran en guerra entre sí, de modo que los cazadores se apoderan de ellos y los dominan. Los animales están en discordia, las selvas están en discordia, las aguas están en discordia. Vuelan en desorden confuso los pájaros; cada quien prepara la rebelión de los monos o de las serpientes, de los caimanes o de los papagayos. La tierra firme se hunde, la selva se cierra como un muro, los ríos escapan y no se dejan navegar. Bolívar cae varias veces, como Cristo, pero se vuelve más fuerte en contacto con la tierra nativa.
La selva no es ya una ilustración sino una realidad de maraña y de fango, hermosa pero indócil, fecunda pero ingobernable. Es preciso armonizar las melodías que articulan los distintos pájaros, que entren los sonidos de aguas y de árboles, que aquel bullicio se resuelva en música, que el desorden de aves se vuelva bandada, que el tigre salga del agua y el caimán baje del árbol. Bolívar tiene que poner a cada uno en su sitio, pues este es el papel del jefe, encontrar en qué lugar cada uno de sus soldados puede cumplir verdaderamente su función.
Discurso de Bolívar sobre la Unión. El sueño de la unidad nacional y continental. Por qué no se puede derrotar a los españoles si no se tiene un sueño continental.
Mariño, con cabeza de tiburón o de pelícano, como en los viejos atavíos indígenas, es el hombre de los litorales. Bermúdez, delfín o tucán, es el hombre del Orinoco. Páez, tigre, o chiguiro, u oso hormiguero, es el hombre de las llanuras. Santander, Cóndor o venado, el hombre de la Sabana. Sucre, el ave, Flórez, el mono, Piar, la mariamulata. Representan las virtudes de esos animales, a la manera indígena. (Mucho conviene romper con la tendencia europea a identificar animales con vicios y defectos). El jaguar es valeroso, el delfín inteligente, el pelícano obstinado, el cóndor altivo y majestuoso, el mono es ágil y gracioso, la mariamulata es prudente y ágil. A veces son como geniecillos diminutos en una selva de hierbas altas y de flores inmensas. Lo que antes fue diseño armonioso ahora es agobiante, algo de microcosmos bellísimo pero también de inmanejable selva prehistórica.
Monólogo de Bolívar (fragmentos de sus cartas) en el que habla, por contraste con las imágenes, en un lenguaje completamente político y castrense, de regiones y generales, de provisiones y de armas, de alianzas internacionales, de los movimientos del enemigo. Y en la escena lo que vemos son las soluciones simbólicas.
Bolívar tiene que poner a luchar a los elementos contra el invasor. El invasor tiene uniformes europeos, cruces, símbolos, cañones, espadas: aunque también una estética de la violencia: inquisición, racismo, superstición. El nativo tiene como munición vainas enormes llenas de semillas, espigas que estallan en granos, frutas que se abren como granadas de colores, vientos de hojas y de polen. (Voire: “El rompimiento de la nuez” de Richard Dadd). El pantano mismo es un personaje que a partir de cierto momento obedece las órdenes de Bolívar y cubre regimientos con sus caballos y sus cañones. (Una voz en Off nos habla de cómo las tropas de Páez se hacían seguir de los regimientos españoles y en el último momento se desviaban dejando al enemigo sumergido en la ciénaga).
Bolívar ha triunfado en el Orinoco e inmediatamente hace un llamado para que se reúna un Congreso de Diputados. El llano es libre. Bolívar es como Moisés ascendiendo al monte a buscar una ley severa que impere sobre sus tropas. Lejos en Europa los políticos leyendo el periódico (Correo del Orinoco) comprenden que aquellos guerreros no son tiranos de aldea, ni sátrapas, sino estadistas que intentan crear instituciones, fundar repúblicas, instaurar una legalidad en una tierra maltratada por siglos. Vienen entonces las brigadas europeas a unirse a sus tropas. Byron en Italia sueña con ingresar en el ejército de Bolívar y luchar por la libertad de estas naciones nuevas.
Monólogo de Byron alto en la proa de su barco “Bolívar”. El sueño de la libertad.
Es el momento del gran enfrentamiento de Bolívar con la naturaleza. Decide la acción más temeraria y loca de su carrera: el paso de los Andes hacia la Nueva Granada, por gargantas imposibles y páramos mortales, una región donde los españoles saben que el paso es imposible. Después de infinitas penalidades logra tomarlos por sorpresa, derrotarlos en el Pantano de Vargas y en Boyacá, asegurar la libertad de la Nueva Granada y comenzar la cadena de sus triunfos continentales. Como relámpagos, como fulminaciones, se suceden más y más allá las batallas: Carabobo, Pichincha, Ayacucho, Junín. España retrocede, las montañas se doblegan, las ciudades se abren, los regimientos enemigos caen al mar, las tropas descamisadas entran bajo lluvias de flores en las ciudades libres, los fantasmas de los incas, de los aztecas, de los muiscas se alzan detrás como soles y lunas y pájaros de colores. El arco iris de los incas se abre sobre la ciudad dorada de las montañas. Alguien labra una corona para Bolívar.
PARTE III
Monólogo de Bolívar negándose a llevar la corona. Detrás de las nubes doradas vienen las nubes negras. Con cada victoria Bolívar se hace cada vez más innecesario. El quiere seguir la lucha por la libertad del continente, pero cada general quiere detenerse un poco y gobernar su región.
Monólogo de Santander. ¿Cómo se pueden construir naciones si siempre hay que estar pagando cuentas de nuevas batallas? ¿Cómo saber cuándo ha terminado la lucha y comienza la hora de la paz? ¿Pueden vivir en paz los guerreros? Cuando ya han terminado sus luchas, ¿no sienten que los que van a beneficiarse de la paz no son los que se la ganaron? Quizás todos necesitamos a Bolívar pero también necesitamos que Bolívar no sea un hombre sino un símbolo. Los hombres tienen pasiones, ambiciones, deseos, y la unidad continental es un sueño que no se puede realizar. Construyamos nuestras naciones, cada una distinta de la otra, y resolvamos lo urgente. Que Bolívar entienda las exigencias de la real política.
Monólogo de Bolívar. Mis triunfos son mis derrotas, cuantas más batallas gano, menos me quieren mis hombres. Ahora les estorbo para sus pequeños proyectos. Nunca seremos grandes si no tenemos un destino continental. ¿Vamos a repartir la selva y el río, la montaña y el mar?. Nuestra división será nuestra debilidad, y los grandes del mundo se beneficiarán de nuestras rivalidades.
Todos quieren hacerlo rey sólo para que deje de ser general. Todos quieren hacerlo rey para que se vuelva una figura decorativa y los deje gobernar sus países. Bolívar empieza a sentir que ahora la guerra es contra él. Pero es en realidad el conflicto entre dos maneras de entender la historia. Hegel acaba de decir que la tragedia es ese momento en que dos posiciones distintas tienen ambas la razón y no logran encontrar una síntesis. El sueño de Bolívar no tiene todavía un lugar en el tiempo, es apenas la hora de las repúblicas, falta mucho para que se abra camino la conciencia de la necesidad de una unión continental, y ésta quizás no será posible si no se han fundado y fortalecido las naciones. Bolívar vive en la utopía, aún no hay tal lugar.
El fuego que arde en su ser empieza a consumirlo. Todos lo rechazan y lo hostilizan. Viendo que la unión continental se rompe, Bolívar se traiciona a sí mismo y asume la dictadura, última esperanza de sembrar un orden que no tiene lugar en el mundo. Sus propios amigos entran a asesinarlo en su propia casa, y esa es la señal que anuncia la partida. Es hora de descender por el río melancólico de la muerte. El río Magdalena, que fue escenario de sus victorias, ahora ve pasar a la sombra del paseante solitario, al hombre que vislumbró el futuro pero que no pudo entrar en él. Así lo había dicho Holderlin de Rousseau.
Nuestra jornada humana, qué estrechos son sus límites.
Tú vives, ves, te asombras, y la tarde ha caído.
Duerme ahora en distancias infinitas, allá donde los años
De las naciones pasan y se esfuman.
Muchos hombres abarcan con la vista su tiempo,
Un Dios les muestra los espacios vírgenes.
Tú lleno de deseo te quedas en la orilla,
Eres sólo un escándalo para tus semejantes,
Una sombra, y no sientes ningún amor por ellos.
Pero aquellos que llamas por su nombre,
Esas nuevas presencias prometidas,
¿En dónde están, entonces?
Para que así una mano de amigo te conforte,
¿Por dónde se aproximan?, tú que hablas solitario.
Sólo un parco silencio en torno tuyo,
Pobre hombre,
Y prosigues tu marcha solitaria
Semejante a los muertos insepultos.
Tú los has escuchado,
Comprendiste su lengua desconocida,
Tú has leído en sus almas.
Para el hombre de profundos deseos un signo fue bastante,
Y los signos han sido
Desde el alba del tiempo la lengua de los Dioses.
Y este hombre, oh prodigio, como si ya en su espíritu
Desde el origen mismo,
En su marcha total y en sus actos ilímites
Hubiera desposado la marcha de la vida,
Comprende al primer signo lo que habrá de cumplirse,
Y semejante al águila que siguen tempestades,
Con vuelo temerario,
Precediendo a sus Dioses su espíritu campea,
Y anuncia su llegada.
Bolívar está febril cuando le llega la noticia del asesinato de Sucre y éste lo precipita en la agonía. (El cuento de Mutis). No le ha sido ahorrada ninguna decepción. Todos los grandes jefes sienten cierto alivio al pensar que está muriendo. Pero al día siguiente de su muerte todos despiertan pensando que es un semidiós, convierten en mármol y en bronce aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hay calle, ni plaza ni aldea que no esté presidida por su estatua. ¿Qué significan esas estatuas? En primer lugar, el arrepentimiento de aquellos que lo abandonaron, la conciencia profunda de su ingratitud, pero también la alegría de poder aprovecharse de su imagen. Cada uno se declara el dueño de la estatua, y en nombre de ella justifica sus propios proyectos. Como nos dijo Borges: “La gloria es una incomprensión, y quizás la peor”.
Pero no sólo quedan sus estatuas sino también sus hechos y sus palabras. Es en ellas donde sigue vivo, y preparando el futuro, y esperando.
Discurso final de Bolívar pregonando su sueño que finalmente debe triunfar.
Etiquetas:
Tres momentos de Boliviar por William Ospina
miércoles, 15 de abril de 2009
"Bitacora" por William Ospina
A comienzos del año 2006, mientras visitábamos una librería de Chapinero, Omar Porras, a quien había conocido recientemente, me habló por primera vez de su interés por la figura y la obra de Simón Bolívar, y de su deseo de conocer algunos libros sobre el Libertador.
En aquella librería nos recomendaron varias biografías, pero noté que Omar examinaba con especial interés una cartilla antigua que había intentado contar, para escolares de otro tiempo, la vida de Bolívar. Desde el comienzo he advertido que la mirada de este director sobre los temas procura esquivar lo convencional, tal vez porque no está tratando sólo de nutrir su pensamiento sino de estimular su sensibilidad y su imaginación con imágenes poderosas y metáforas nuevas.
El teatro de Omar Porras y de la compañía Malandro, su espacio de creación en Suiza, es una notable síntesis de lenguajes en la que convergen, no sólo el magisterio de grandes creadores de Oriente y de Occidente, sino tradiciones populares latinoamericanas y europeas para producir obras de una sorprendente vitalidad. Máscaras, coloridas escenografías, brillantes efectos escénicos, ensambles musicales, y una exigente concepción de la actuación como un lenguaje de todo el cuerpo, en el cual las palabras son sólo un ingrediente, le dan vida a un mundo poderoso y esencial, donde la fantasía revela profundamente los dramas de la realidad y donde el juego y la fiesta hacen aflorar espacios profundos de la conciencia.
Mucho me habían hablado de su fantástica versión del Quijote, que no pude ver cuando su Compañía la trajo al Festival Iberoamericano de Teatro de 2004, pero sí vi en cambio el Don Juan con el que participó en la versión de 2006, y fue entonces cuando conocí al director. Estaba trabajando por entonces en el proyecto de un libro de imágenes y textos sobre el teatro Malandro, que publicó Villegas Editores, y que es una muestra exquisita de la estética que ha manejado la Compañía a lo largo de tantos montajes, y un catálogo visual de los espectáculos que ha llevado en sus giras por Europa y América. Tuve entonces la oportunidad de escribir un texto con algunas reflexiones sobre ese importante viaje de ida y vuelta que ha significado la labor de Omar Porras interpretando desde su mirada americana la vasta tradición teatral europea y llevando de nuevo a Europa todos aquellos lenguajes transformados, y enriquecidos por el alambique de los mestizajes.
En algunos encuentros posteriores Omar me declaró su deseo de que algún día pudiéramos hacer algún trabajo juntos, y repetidas veces hablamos de su inquietud por Bolívar, que me parecía más bien la prueba de un interés creciente de Omar por la realidad latinoamericana de la que había estado ausente muchos años.
A finales del 2006 estuve en Francia. Omar Porras acababa de convertirse en el primer director de teatro Latinoamericano en ser invitado a dirigir un montaje en La Comedie Francaise, y me hizo el honor de invitarme a asistir no sólo a una jornada de trabajo con sus actores sino a un ensayo en la propia sala de la Comedie donde se estrenaría la obra. Fue para mí toda una experiencia visitar los talleres donde se elaboraban las máscaras, los roperos que guardan los vestuarios lustrales del teatro francés, y detrás de escena la maquinaria impresionante, precisa como un mecanismo de relojería, de las escenografías correspondientes a las distintas obras que se exhiben en una misma temporada en aquel teatro, telones, columnas y edificios que avanzan, se hunden o se desplazan, movidos por un ejército de operarios, lejos de la vista de los espectadores. Omar estaba compartiendo conmigo los arcanos del teatro en uno de sus templos más prestigiosos, y algo todavía más importante que ver el sistema circulatorio de aquel cuerpo fantástico fue asistir a los ejercicios de entrenamiento en los que el director colombiano convertía a los grandes actores del teatro francés, espléndidos declamadores de alejandrinos de Racine y de Moliere, en signos actuantes, gesticulantes y capaces de más ricos lenguajes corporales.
Fue a comienzos del 2008 cuando la dirección de Artes del Ministerio de Cultura de Colombia invitó a Omar Porras a desarrollar un proyecto teatral para la reinauguración del Teatro Colón de Bogotá con motivo del Bicentenario de la Independencia en el 2010, y Omar encontró de pronto la oportunidad de convertir su viejo interés por Bolívar en la semilla de un proyecto creador. Recuerdo que me buscó enseguida y me dijo que había llegado la ocasión de trabajar juntos. No era necesario advertirle de mi total inexperiencia con el mundo teatral pero él se apresuró a decirme que lo que quería de mí era básicamente un ejercicio literario, un texto o serie de textos sobre Bolívar y la época de la Independencia, que alimentaran el proceso de creación.
Se trataba ante todo de proveer ideas, información y temas a un proceso que a partir de cierto momento contará, como todos los suyos, con la participación de un dramaturgo especializado que dará forma final a la trama que vaya saliendo de la libre interpretación de los textos y los temas por los actores, en un proceso cuya orientación es el trabajo mismo, la capacidad expresiva de los actores y la dinámica de creación compartida. Acepté gustoso, no sólo por la posibilidad de aprender de un proceso creador harto estimulante, sino por la oportunidad de familiarizarme con un personaje como Bolívar, del que tenía apenas la información básica que proveen la escuela y algunos libros convencionales.
Lo primero que sorprende de Bolívar, ese hombre de mármol y de bronce que está en todas las plazas, y que le da su nombre a tantas calles y a tantas industrias, es que el común de las gentes sabe muy poco de él. Para los latinoamericanos de hoy se diría que Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una figura que un destino. Por eso cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Es fácil encontrar las que escribieron Waldo Frank y Emil Ludwig, Salvador de Madariaga e Indalecio Liévano Aguirre, pero ninguna tiene hoy más prestigio que la del alemán Gerhard Masur, prófugo de los nazis, quien vivió en Colombia en los años cuarenta, y elaboró en esta biografía uno de los libros esenciales de la América Latina. Existen además numerosas recreaciones testimoniales y literarias, desde las semblanzas que hicieron de él sus contemporáneos como Perú de Lacroix, y libros apasionados como Mi Simón Bolívar de Fernando González, hasta novelas recientes como El general en su laberinto de Gabriel García Márquez y las obras de Víctor Paz Otero.
Uno de los agrados de todo comienzo es la cantidad de posibilidades que se abren. Nada ordena que la obra sea una biografía, ni un relato cronológico, ni una secuencia de batallas, ni la narración de unas victorias. Aproximarse al enigma de Bolívar es asomarse al misterio de nuestro continente, y a medida que avanzamos en el descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión. Nuestros primeros diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas: Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la Ilustración y del Romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones; Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos; Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora; Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle continuidad a un sueño ya amenazado por la historia.
Nuestros siguientes encuentros empezaron a explorar posibilidades diversas para tratar de entender al Libertador y sus hazañas no sólo desde dos siglos de distancia sino desde la complejidad de la vida moderna. Después de los primeros intercambios, Omar empezó a sentir la necesidad de que los lenguajes musicales de estas tierras entraran en el juego de creación del espectáculo, y muy pronto surgió el proyecto de realizar un taller de actuación con músicos vallenatos y con músicos llaneros, y nos pareció que no habría escenario más adecuado para estas primeras búsquedas que la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, la última morada de Bolívar. Así se gestó la siguiente etapa de nuestro proyecto.
En aquella librería nos recomendaron varias biografías, pero noté que Omar examinaba con especial interés una cartilla antigua que había intentado contar, para escolares de otro tiempo, la vida de Bolívar. Desde el comienzo he advertido que la mirada de este director sobre los temas procura esquivar lo convencional, tal vez porque no está tratando sólo de nutrir su pensamiento sino de estimular su sensibilidad y su imaginación con imágenes poderosas y metáforas nuevas.
El teatro de Omar Porras y de la compañía Malandro, su espacio de creación en Suiza, es una notable síntesis de lenguajes en la que convergen, no sólo el magisterio de grandes creadores de Oriente y de Occidente, sino tradiciones populares latinoamericanas y europeas para producir obras de una sorprendente vitalidad. Máscaras, coloridas escenografías, brillantes efectos escénicos, ensambles musicales, y una exigente concepción de la actuación como un lenguaje de todo el cuerpo, en el cual las palabras son sólo un ingrediente, le dan vida a un mundo poderoso y esencial, donde la fantasía revela profundamente los dramas de la realidad y donde el juego y la fiesta hacen aflorar espacios profundos de la conciencia.
Mucho me habían hablado de su fantástica versión del Quijote, que no pude ver cuando su Compañía la trajo al Festival Iberoamericano de Teatro de 2004, pero sí vi en cambio el Don Juan con el que participó en la versión de 2006, y fue entonces cuando conocí al director. Estaba trabajando por entonces en el proyecto de un libro de imágenes y textos sobre el teatro Malandro, que publicó Villegas Editores, y que es una muestra exquisita de la estética que ha manejado la Compañía a lo largo de tantos montajes, y un catálogo visual de los espectáculos que ha llevado en sus giras por Europa y América. Tuve entonces la oportunidad de escribir un texto con algunas reflexiones sobre ese importante viaje de ida y vuelta que ha significado la labor de Omar Porras interpretando desde su mirada americana la vasta tradición teatral europea y llevando de nuevo a Europa todos aquellos lenguajes transformados, y enriquecidos por el alambique de los mestizajes.
En algunos encuentros posteriores Omar me declaró su deseo de que algún día pudiéramos hacer algún trabajo juntos, y repetidas veces hablamos de su inquietud por Bolívar, que me parecía más bien la prueba de un interés creciente de Omar por la realidad latinoamericana de la que había estado ausente muchos años.
A finales del 2006 estuve en Francia. Omar Porras acababa de convertirse en el primer director de teatro Latinoamericano en ser invitado a dirigir un montaje en La Comedie Francaise, y me hizo el honor de invitarme a asistir no sólo a una jornada de trabajo con sus actores sino a un ensayo en la propia sala de la Comedie donde se estrenaría la obra. Fue para mí toda una experiencia visitar los talleres donde se elaboraban las máscaras, los roperos que guardan los vestuarios lustrales del teatro francés, y detrás de escena la maquinaria impresionante, precisa como un mecanismo de relojería, de las escenografías correspondientes a las distintas obras que se exhiben en una misma temporada en aquel teatro, telones, columnas y edificios que avanzan, se hunden o se desplazan, movidos por un ejército de operarios, lejos de la vista de los espectadores. Omar estaba compartiendo conmigo los arcanos del teatro en uno de sus templos más prestigiosos, y algo todavía más importante que ver el sistema circulatorio de aquel cuerpo fantástico fue asistir a los ejercicios de entrenamiento en los que el director colombiano convertía a los grandes actores del teatro francés, espléndidos declamadores de alejandrinos de Racine y de Moliere, en signos actuantes, gesticulantes y capaces de más ricos lenguajes corporales.
Fue a comienzos del 2008 cuando la dirección de Artes del Ministerio de Cultura de Colombia invitó a Omar Porras a desarrollar un proyecto teatral para la reinauguración del Teatro Colón de Bogotá con motivo del Bicentenario de la Independencia en el 2010, y Omar encontró de pronto la oportunidad de convertir su viejo interés por Bolívar en la semilla de un proyecto creador. Recuerdo que me buscó enseguida y me dijo que había llegado la ocasión de trabajar juntos. No era necesario advertirle de mi total inexperiencia con el mundo teatral pero él se apresuró a decirme que lo que quería de mí era básicamente un ejercicio literario, un texto o serie de textos sobre Bolívar y la época de la Independencia, que alimentaran el proceso de creación.
Se trataba ante todo de proveer ideas, información y temas a un proceso que a partir de cierto momento contará, como todos los suyos, con la participación de un dramaturgo especializado que dará forma final a la trama que vaya saliendo de la libre interpretación de los textos y los temas por los actores, en un proceso cuya orientación es el trabajo mismo, la capacidad expresiva de los actores y la dinámica de creación compartida. Acepté gustoso, no sólo por la posibilidad de aprender de un proceso creador harto estimulante, sino por la oportunidad de familiarizarme con un personaje como Bolívar, del que tenía apenas la información básica que proveen la escuela y algunos libros convencionales.
Lo primero que sorprende de Bolívar, ese hombre de mármol y de bronce que está en todas las plazas, y que le da su nombre a tantas calles y a tantas industrias, es que el común de las gentes sabe muy poco de él. Para los latinoamericanos de hoy se diría que Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una figura que un destino. Por eso cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Es fácil encontrar las que escribieron Waldo Frank y Emil Ludwig, Salvador de Madariaga e Indalecio Liévano Aguirre, pero ninguna tiene hoy más prestigio que la del alemán Gerhard Masur, prófugo de los nazis, quien vivió en Colombia en los años cuarenta, y elaboró en esta biografía uno de los libros esenciales de la América Latina. Existen además numerosas recreaciones testimoniales y literarias, desde las semblanzas que hicieron de él sus contemporáneos como Perú de Lacroix, y libros apasionados como Mi Simón Bolívar de Fernando González, hasta novelas recientes como El general en su laberinto de Gabriel García Márquez y las obras de Víctor Paz Otero.
Uno de los agrados de todo comienzo es la cantidad de posibilidades que se abren. Nada ordena que la obra sea una biografía, ni un relato cronológico, ni una secuencia de batallas, ni la narración de unas victorias. Aproximarse al enigma de Bolívar es asomarse al misterio de nuestro continente, y a medida que avanzamos en el descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión. Nuestros primeros diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas: Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la Ilustración y del Romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones; Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos; Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora; Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle continuidad a un sueño ya amenazado por la historia.
Nuestros siguientes encuentros empezaron a explorar posibilidades diversas para tratar de entender al Libertador y sus hazañas no sólo desde dos siglos de distancia sino desde la complejidad de la vida moderna. Después de los primeros intercambios, Omar empezó a sentir la necesidad de que los lenguajes musicales de estas tierras entraran en el juego de creación del espectáculo, y muy pronto surgió el proyecto de realizar un taller de actuación con músicos vallenatos y con músicos llaneros, y nos pareció que no habría escenario más adecuado para estas primeras búsquedas que la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, la última morada de Bolívar. Así se gestó la siguiente etapa de nuestro proyecto.
Etiquetas:
Bitácora primera parte por William Ospina
EL EQUIPO ARTISTICO
Omar Porras y el Teatro Malandro
Los espectadores, cautivados por su recorrido artístico, han seguido la trayectoria de la compañía de Omar Porras desde sus comienzos en el viejo garaje que inicialmente les servía de teatro hasta la Comedia de Ginebra. Desde el Teatro de Vidy-Lausana E.T.E.al Teatro de la Ville (París) pasando por el Olympic Theatre Festival en Japón: el público ha ido aumentando tras las numerosas giras que han llevado al Teatro Malandro a tres continentes (América Latina, Norteamérica, Asia y Europa).
La aventura del Teatro Malandro se remonta a mediados de la década de los 80, cuando Omar Porras , joven profesional del teatro colombiano, llega a París. En 1990, se instala en Ginebra y , en un viejo garaje, funda el teatro, centro de creación, formación e investigación : espacio que respondía a las necesidades artísticas y técnicas de los tres primeros espectáculos de la compañía.
Después se establece en 1996 en los antiguos Talleres de Sécheron y crea un lugar para ensayar provisto de un dojo de entrenamiento y de locales administrativos y técnicos. En la sala de ensayos se han llevado a cabo también numerosos talleres y cursos en los que han participado más de un centenar de profesionales del mundo del espectáculo, tanto suizos como extranjeros. Y durante los dos años siguientes, Omar Porras organizó cursos para el E.S.A.D.: lugar donde se han presentado espectáculos de fin de año.
Desde marzo de 2003, la Compañía tuvo que dejar los locales de Sécheron y se instaló de manera provisional en Meyrin, en unas oficionas puestas a disposición por el Teatro ForuMeyrin. Sin embargo, continua la búsqueda de un lugar que cuente con escenario, administración y almacen para los decorados.
Para mayor información consultar: www.malandro.ch
William Ospina
Nació en Padua, Tolima, en 1954. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Santiago de Cali, pero se retiró en 1975 para dedicarse al periodismo y la literatura. Fue Corresponsal de la Associated Press y colaborador en el Suplemento literario Estravagario del Diario El Pueblo, de Cali, en 1975. Vivió en Francia entre 1979 y 1981. Fue redactor en la Edición Dominical del Diario La Prensa de Bogotá (1988) y autor de ensayos para la Revista Gaceta del Instituto Colombiano de Cultura (1989-92); socio fundador de la Revista cultural Número y colaborador en ella desde 1993, columnista semanal en la revista Cambio 16 (1997 y 1998), colaborador de los diarios El Tiempo y El Espectador de Bogotá, y es columnista semanal de la Revista Cromos desde abril de 2002.
Recibió el Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura en 1992, por el libro El País del Viento, y el premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas por el libro Los nuevos centros de la esfera, en 2003. En 1999 recibió el Doctorado Honoris Causa en Humanidades de la Universidad Autónoma Latinoamericana, de Medellín, y en 2005 el Doctorado Honoris Causa en Humanidades de la Universidad del Tolima.
Ha publicado los libros de poemas: Hilo de Arena, Instituto Colombiano de Cultura, 1986; La luna del Dragón, Universidad del Valle, Cali, 1992; El país del Viento, Instituto Colombiano de Cultura, 1992 (Trilce Ediciones lo publicó en México en 1999); ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1995, (A qui parle Virginia en marchant vers l’eau?, edición francesa de Cheyne Editeurs, Paris 2004); y Africa, publicado por el Taller Arte Dos Gráfico, en Bogotá, en 1999. En 2004 reunió todos sus libros de poesía, incluidos poemas tempranos y una selección del libro La prisa de los árboles, en el volumen Poesía 1974-2004, editado por el Taller Arte Dos Gráfico y Revista Número Ediciones.
Ha publicado los libros de ensayo: Aurelio Arturo, Colección Clásicos Colombianos, Procultura, Bogotá, 1991; Es tarde para el Hombre, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1994, (cuya versión en inglés, Too Late for man, fue publicada por Brookline Books de Cambridge, Massachussets, en 1995); Esos extraños prófugos de Occidente, Grupo Editorial Norma, 1994, (ensayos sobre Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Emily Dickinson, Lord Byron, William Faulkner y Friedrich Hölderlin); Los dones y los méritos, Universidad del Valle, 1995; Un álgebra embrujada, Grupo Editorial Norma, 1996; ¿Dónde está la Franja Amarilla?, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1997, (ensayos sobre la realidad colombiana); Las auroras de sangre, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1999, (sobre la obra del poeta cronista Juan de Castellanos, y la poesía en tiempos de la Conquista de América); Contra el viento del olvido, Hombre Nuevo Editores, 2000; América mestiza, el país del futuro, publicado por Villegas Editores en el año 2000, y por Ediciones Aguilar, 2004; Los nuevos centros de la esfera, Ediciones Aguilar, 2001; La decadencia de los dragones, (ensayos sobre literatura e imaginación), Alfaguara, 2002; La herida en la piel de la Diosa, Aguilar, 2003; Érase una vez Colombia, Villegas Editores, 2005.
En 2003 Editorial Norma de Buenos Aires publicó su traducción completa de los Sonetos de Shakespeare. En 2005 Alfaguara publicó su novela Ursúa, primera parte de una trilogía sobre los primeros viajes de los europeos por el Amazonas. Premio Nacional de Literatura y Premio al mejor libro de ficción en el año 2006. En agosto de 2007 la versión francesa de Ursúa fue publicada en Paris por la editorial J C Lattès. En octubre de 2008 Editorial Norma publicó su segunda novela: El país de la canela.
MANUEL ORJUELA:
Nace en 1971, en Bogotá, Colombia. Hijo de un obrero de una fábrica de caucho y una ama de casa con 7 hijos. Maestro en arte dramático de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bogotá. Participa como actor con los directores Pawel Nowicki, Rolf Abderhalden y Alejandro González Puche. Luego es Asistente de dirección de Jorge Alí Triana, Fanny Mikey, Fabio Rubiano, Alejandro González y del Teatro Nacional hasta el 2003, cuando se dedica a la dirección de I took Panama (codirección), Blanca nieves y los siete enanitos, El Inspector (codirección), La Impaciencia del corazón, Hombres en escabeche (codirección), Las Tardes de manuela y Carta de una desconocida.
En el 2005 y 2006 es invitado a dirigir los montajes ART y Pequeños crímenes conyugales en Ecuador; y a acompañar el proceso de montaje de su adaptación de Carta de una desconocida en Barcelona España. En el 2004 es Director de actores de la película El Carro dirigida por Luis Orjuela, en el 2007 de "La pasión de Gabriel" dirigida por Luis Alberto Restrepo y en el 2008 "Los Viajes del Viento" dirigida por Ciro Guerra.
En el 2.008 con su compañía ALODHE dirige Simplemente El Fin Del Mundo del dramaturgo francés Jean Luc Lagarce , en coproducción con el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, y posteriormente invitada al Ulster Bank Dublín Theatre Festival - Irlanda y Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz – España en el mes de octubre del año 2.008. Para el presente año “Simplemente El Fin Del Mundo” ha sido invitada al Porto Alegre em Cena – Brasil en el mes de septiembre. La última creación de ALODHE es “Haberos Quedado en Casa Capullos” de Rodrigo García con Dirección de Manuel Orjuela y Marc Caellas director catalán, obra para espacios no convencionales que acaba de terminar temporada en el barrio la Macarena de Bogotá – Colombia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)